OTRO CUENTO DE NAVIDAD - TERCER PLANETA. INFORME FINAL


Hoy comparto con vosotros otro cuento de Navidad, que en esta ocasión forma parte del libro "Más que un cuento de Navidad" Volumen 2. Llevados por el éxito de la recopilación de cuentos navideños de 2013, en la Navidad de 2014 Sar Alejandría convocó de nuevo un concurso para todos aquellos escritores y escritoras que quisieran participar en un nuevo libro solidario.

Yo participé con el relato "Tercer planeta. Informe final".  Os parecerá un título un poco extraño para un dulce cuento de Navidad, pero así soy yo. Sabed que los buenos deseos, la solidaridad y todo lo que rodea la Navidad (y brilla por su ausencia el resto del año) podrían llegar a salvar el mundo, literalmente...

En esta ocasión las ilustraciones también son mías. Decididamente, tengo que dedicarme a perfeccionar mi estilo...  En fin, os dejo con Crampetrus y su comprometido informe...


TERCER PLANETA. INFORME FINAL

Crampetrus se inclina ante el Consejo. Su informe es vital para salvar el tercer planeta de ese sistema solar. Se ha esforzado en redactar un informe profesional sobre las costumbres de sus habitantes y en esta ocasión le ha resultado muy difícil ser neutral.

- Hermanos y hermanas crampianos. Paso a leer mi informe sobre el núcleo habitado del tercer planeta, elegido al azar por nuestros geógrafos, para analizar sus usos y costumbres y decidir sobre su futuro-anuncia sin más ceremonia. Todos los miembros del Consejo asienten a la vez.

“El lugar elegido para efectuar el estudio es muy frío. Los habitantes se abrigan cuerpo, cabeza y extremidades con varias prendas de tejidos gruesos. Gracias a estas prendas que cubren casi todo el cuerpo, fue sencillo camuflarme y vivir entre ellos sin levantar sospechas.

La jornada iluminada por su estrella, que llaman “Sol”, es muy corta. Cuando su estrella no les ilumina, la sensación de frío es aún mayor. Entonces los habitantes lo iluminan todo con numerosas luces de colores. Se iluminan calles, balcones, árboles altos como torres, las cristaleras de sus comercios e incluso su interior. Cada habitáculo familiar, que llaman “hogar”, está también adornado con luces, bolas de colores y tiras brillantes que llaman “espumillón”, y que dan una impresión festiva para combatir tanta oscuridad.




Se escuchan por todas partes unos dulces cantos que hablan de niños que nacen, estrellas y turrón, que es, según investigué, un dulce con que los habitantes ponen a prueba la dureza de sus dientes, pero que tiene un sabor único que jamás probé en mis viajes intergalácticos. También hay otros dulces menos peligrosos, como los “polvorones” y los “mazapanes”. Los habitantes mayores tragan estos dulces con la ayuda de unas bebidas con alto contenido alcohólico, que producen una sorprendente sensación de calor, alegría y vértigo. Estudio que su consumo se debe a que los habitantes precisan de muchas calorías a causa del frío, y con estas bombas calóricas crean reservas de grasa corporal necesaria para sobrevivir a estas temperaturas. 



Hay jornadas en que muchos miembros de las unidades familiares se reúnen en torno a una mesa y comen, beben, hablan y ríen sin parar. Compruebo que es un agradable modo de vivir el frío y la oscuridad de estas jornadas.



Existe el principio de solidaridad entre ellos, pues hay habitantes sin recursos, pero también hay habitantes que donan sus ropas y alimentos y otros que los preparan y reparten a los habitantes sin recursos, sin pedirles nada a cambio. En ningún lugar he visto nada igual.

Otro hecho sorprendente que he estudiado es cómo los habitantes más jóvenes escriben cartas pidiendo unos objetos para su distracción que llaman “juguetes”. Las meten en unos buzones especiales, a través de los cuales llegan a unos seres maravillosos que cumplen sus deseos, haciéndoles felices y provocando que sus ojos brillen tanto como las lucecitas que lo adornan todo.

Por último, debo decir que la gente se muestra muy agradable, deseando a todos los demás “una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo”, con una sonrisa. Incluso a mí, un forastero entre ellos, unos treinta habitantes me lo han deseado. Aunque no sé exactamente qué es la “Navidad”, entiendo el significado de feliz y próspero, y parecen seres muy generosos al expresar estos deseos.



En conclusión: Los habitantes del tercer planeta sufren mucho frío, que combaten con ropas abrigadas, dulces y bebidas. Sus niños cantan felices porque reciben muchos regalos. Aman a sus familias. Son generosos y desean lo mejor a vecinos y extraños.”



Una vez leído su informe, Crampetrus espera el veredicto, que no tarda en emitirse. Los miembros del Consejo han escuchado perplejos sus palabras, pues el último informe hablaba de guerras, epidemias, hambre y contaminación. Por eso otorgaron una última oportunidad a aquel pequeño planeta azul, antes de proceder a su destrucción masiva para evitar que rompa el equilibrio de un Universo en paz.

 - El Consejo acuerda por unanimidad que este planeta merece una oportunidad. Volveremos a revisar su caso dentro de un periodo razonable -dictamina la Presidenta del Consejo, Cramponia.

Crampetrus suspira de alivio. Pasado dicho periodo, se presentará voluntario para emitir el nuevo informe, y regresará al mismo lugar donde ha vivido las jornadas más dulces de su vida. Desea paladear de nuevo aquellos dulces y bebidas, escuchando cánticos infantiles sobre estrellas y niños que nacen mientras ve parpadear luces de colores prendidas en los árboles... 

F I N 


Hasta la próxima entrada, cuando seguiré con la historia de Liduvel, una fugitiva un tanto especial...

¡Os deseo un feliz año nuevo, lectores y lectoras! 


UN CUENTO DE NAVIDAD - LA ELECCIÓN

 

En diciembre de 2013 participé en el libro "Más que un cuento de Navidad", editado por SAR Alejandría, junto con otros escritores y escritoras. Se trataba de escribir un relato corto sobre un tema de Navidad y me encanta participar en este tipo de libro colectivo, porque con una chispita de inspiración y un poco de trabajo, colaboro en una causa solidaria.

Para esta ocasión creé "La elección", una historia sobre las segundas oportunidades, sobre la magia de la Navidad, sobre que una simple elección puede cambiar el destino... Para este relato incluso dibujé un poco, recuperando antiguas aficiones abandonadas.

Os dejo con esta historia, que podéis encontrar en el libro "Más que un cuento de Navidad", junto con los encantadores relatos de otros autores y autoras, que se esforzaron igual que yo para crear una historia mágica.

LA ELECCIÓN

El vagabundo parecía un bulto de ropas sucias sin forma. Pero bajo aquellas ropas, el ser que rondaba los callejones la noche antes de Navidad, distinguió a un buen hombre. Se acercó a la hoguera que el vagabundo había compuesto de papeles viejos, cartones y algo de madera de unos palés abandonados. 

El vagabundo levantó la vista y le miró. “¡Qué tipo tan raro!” pensó. “Parece una mezcla de paje de los Reyes Magos y de duende de Papá Noel”. Sonrió y pensó que él no iba mejor vestido y aquel tipo parecía gracioso, con sus ojos brillantes y sus orejas puntiagudas.

- Buenas noches, amigo. ¿Puedo acercarme a tu hoguera?- le preguntó educadamente aquel personaje, vestido con un extravagante chaquetón verde y rojo, sobre unas mallas rojas y un extravagante gorrito verde.

- ¡Claro! Acércate. Hace un frío del carajo. Bebe si quieres. No es muy bueno, pero te calentará.-le invitó el vagabundo acercándole una botella de vino. La sonrisa del visitante se se acentuó. Le gustaba la voz profunda del vagabundo, y también su amabilidad.

- ¡Gracias!¡Y por cierto, feliz Navidad!- Le deseó aquel personaje cuando se acomodó junto a él sin remilgos. Tomó un breve trago de su botella, devolviéndosela.







 - No creo en la Navidad. Comprenderás por qué...- señaló el vagabundo. Extendió sus brazos y mostró el callejón sucio, sus pocas pertenencias metidas en una vieja mochila y a él mismo, sucio y maloliente. Antes sí creía. Le gustaba la Navidad, pero aquel tiempo ya pasó.

- Ah, ya veo... Pues yo te voy a hacer un regalo, amigo. Por tu amabilidad, te voy a dar a elegir entre dos regalos. Debes pensarlo bien, no te precipites.-ofreció aquel ser de sonrisa misteriosa.


- Eso si que me asombra. No me conoces de nada y me ofreces dos regalos--respondió el vagabundo, con una media sonrisa excéptica.


- Te conozco bien. Eres el hombre más generoso que conozco. Me has ofrecido todo lo que tienes: un poco de calor, un poco de vino y conversación. Me has dado más que mucha gente que se cree generosa. Ahora mira bien lo que te ofrezco...-sonrió el ser misterioso.


Del bolsillo derecho de aquel llamativo chaquetón rojo y verde, sacó una botella. El vagabundo frunció el ceño al distinguir la marca. Era un buen coñac, de los caros. Le calentaría durante un par de días, como mucho, pero con mucha categoría. Del bolsillo izquierdo el misterioso visitante sacó un cachorro. Era un perrillo de apenas unas semanas, recien destetado. Tenía unos inmensos ojos castaños y un pelaje a juego con sus ojos. El vagabundo tragó saliva. El cachorro solo le traería problemas, pero le recordaba mucho a un perro que tuvo cuando vivía como una persona adaptada y tenía una casa y una familia.





- Piensalo bien.-repitió el misterioso ser de llamativos ropajes- Mira sus preciosos ojos.

El vagabundo le miró de nuevo a los ojos y vio muchas cosas: 

Vio que las próximas monedas que obtuviera mendigando las destinaría a comprar algo de comida, para compartirla con el perrito. 

Vio que le enseñaría a hacer monadas y el perrito aprendería muy rápido. Él dejaría de ser invisible para todos, pues los niños y las personas de bien se detendrían para verlo actuar y dejarían muchas monedas.




Vio como con aquel dinero se compraría algo de ropa y una manta para el perrito. 

Vio como la guapa morenaza de la tienda de animales se ofrecería un día a lavar y desparasitar al perrito, todo totalmente gratis, porque le gustaba la gente que cuida a sus mascotas con tanto cariño como él. 

Vio que se recortaba la barba y el pelo y se cambiaba de ropa, para intentar gustarle a la guapa morenaza de la tienda de animales. 

Por último, vio que un día un hombre rico pasó por su lado y le ofreció comprar a aquel perrito tan listo para regalar a su hija, porque su perro había muerto y estaba muy disgustada. Cuando él le contestó que los amigos no están en venta, al hombre rico le gustó la respuesta y le ofreció un empleo. Con aquel empleo podría volver a ser una persona adaptada y dejar las calles. Aquello no era vida. Se estaba haciendo mayor y le dolían los huesos...

  
El ser misterioso, antes de que el vagabundo tendiera sus manos hacia el perrito, asintió feliz.

- Has elegido bien- le dijo, sonriendo ampliamente, entregándole su regalo de Navidad. 

FIN

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 2)


¿Os gustó el primer capítulo de "Una fugitiva un tanto especial"? Pues esto no ha hecho más que empezar.  La próxima semana habrá un intermedio, no para ofreceros anuncios a mansalva, como en la televisión, sino para compartir con vosotros un cuento de Navidad.

A continuación os ofrezco el segundo capítulo de esta historia... un tanto especial.

    2.
    La sensación al despertar fue de absoluto desconcierto. No había despertado nunca, ya que nunca había dormido. Al principio, como todo a su alrededor era tan luminoso y blanco, se preguntó si ya estaba en el Lado Luminoso. Reflexionó un instante. No podía ser. Aún no había puesto en práctica su plan. Se rió de sí misma por aquel brote de pura y simple ingenuidad, tan desconocida en ella. Sentía la dureza de la cama, los cables y tubos varios a los que estaba atado el cuerpo que ocupaba. No había nada de eso en el Lado Luminoso. Comprendió que estaba en un hospital, dentro de su víctima... y lo que era mejor, aquella cerda aún vivía. Recordó al bueno de Simón, que la había salvado, colaborando así en su plan.
    (es un buen hombre me ha ayudado a llegar a la meta le debo una lo tendré en cuenta para mis buenas obras para ganar puntos)
    Como no tenía mucho que hacer en aquel penoso e inmóvil estado, se puso a pensar en su salvador. Simón era uno de los pocos hombres que no despreciaba con toda intensidad. Era generoso e inteligente. Venía de una familia pobre y nunca tuvo muy clara su vocación religiosa. Solo tenía claras dos cosas: que necesitaba salir de su barrio y hacer el bien. Un día, en contra del parecer de su numerosa familia, que necesitaba desesperadamente su sueldo, se metió en el Seminario y así pudo cursar unos estudios universitarios que no hubiera tenido jamás por sí mismo. Debido a varias crisis de fe a lo largo de su vida, había abandonado los hábitos en varias ocasiones, y otras tantas veces había vuelto a la Iglesia arrastrándose, arrepentido. Seguramente sus superiores, hartos de aquel comportamiento indeciso, le habían destinado a aquel barrio difícil para que hallara definitivamente su fe o desistiera de una vez por todas.
    Ella tenía la firme teoría de que un hombre bueno no prospera dentro de la Iglesia. Por ello, la gran labor que Simón hacía en el barrio, no era valorada en absoluto por sus superiores.
    Le conoció pocos años antes (en la contabilidad humana), cuando en cumplimiento de su misión, había intentado inducirle al suicidio. Era una víctima relativamente fácil, abatido por muchas dudas y los remordimientos. Le metió en la cabeza que era un fracaso como cura y como persona, que había perjudicado a su familia con su egoísta decisión. Puso ante él aquellos frascos de píldoras diversas que un compañero enfermo había dejado en un cajón cuando murió, y le animó a utilizarlas. Contra todo pronóstico, él se resistió con toda sus fuerzas, y ella tampoco insistió mucho, quizá porque en aquel tiempo ya no mostraba mucho interés en su trabajo... quizá porque en el fondo le agradaba Simón, y no quería verlo arder en el infierno. Reconoció que a veces sentía debilidad por ciertos humanos, sobre todo por los humanos atractivos de género masculino. Si sus compañeros lo hubieran sabido, se hubieran burlado de ella y la hubieran denunciado a sus superiores. Sentirse atraída por un ser humano era degradante e inapropiado, castigándose con mayor dureza que la posesión.
    Y precisamente era Simón quien la había ayudado en tan duro trance. ¡Curiosa coincidencia!
    (a eso llaman destino todo está atado nada ocurre por casualidad)
    Pasado (quien sabe cuanto) tiempo de estar allí atada a numerosos tubos, por la ventanilla de la sala de cuidados intensivos distinguió a un médico y a una mujer madura que la miraba con ojos tristes, con el rostro contraído surcado de arrugas. Le sonaba su cara, pero aún estaba un poco confusa, pues su poderosa menta no funcionaba bien dentro de aquel cuerpo moribundo.
    (debe ser su madre esa es la mirada de una madre que ve morir a su hijo sin poder hacer nada)
    Empezó a recibir sobre ella datos inconexos, como pinceladas sin mucho detalle, procedentes de los recuerdos de su involuntaria portadora: los hombres la habían maltratado y humillado, estaba muy enferma y Lea la había hecho sufrir mucho. Inmediatamente sintió una corriente inexplicable de simpatía hacia aquella desdichada que había sufrido tanto en su vida. Eso tampoco lo hubieran comprendido en el Infierno. De nuevo otro motivo de castigo. ¡Al carajo! No se iban a enterar de lo que sentía por los humanos.
    Leyó los labios del médico. Le decía a aquella mujer doliente que ella (Lea) estaba muy deteriorada. Que no se explicaban como había sobrevivido a la sobredosis (qué juego de palabras más curioso, sobrevivir a la sobredosis). Ella le preguntaba con cierto temor si (Lea) viviría y él le decía que (desgraciadamente) sí. Ella asentía gravemente y la miraba con aquel rostro diáfano de mujer enferma, sufriente durante demasiado tiempo, con aquellos ojos enrojecidos pero secos, porque ya había llorado cuanto se podía llorar.
    Con un gran esfuerzo (le dolían los músculos de la cara, pero ya los podía sentir y controlar un poco) le dirigió una sonrisa a aquella pobre mujer, quien al notar su cambio de expresión, apoyó su frente en el cristal que las separaba, con aire entre sorprendido y esperanzado.
    Saldré de esta. Lo que haya hecho tu hija lo olvidarás, porque yo estaré en su lugar y cuidaré de ti. El resto de tu vida serás feliz. Tú serás mi mejor obra, te lo prometo—susurró ella, lentamente, con la cadencia de un encantamiento. Inesperadamente sintió un torrente de bienestar. ¿Era alguna sustancia que le habían metido en el suero o era lo que se sentía cuando alguien mostraba buenas intenciones?. En todo caso, le gustó. Podía acostumbrarse a eso.
    No sabía si la madre la había oído o entendido, pero su rostro crispado y triste se relajó un poco, y se dio cuenta de que en otro tiempo (años atrás en la contabilidad humana) había sido hermosa y feliz. ¿En qué punto se torció su destino, convirtiéndola en lo que era ahora? Hizo un esfuerzo de concentración para saber exactamente en qué punto. Buscando en la mente de Lea, como quien busca entre archivadores, carpeta por carpeta, halló ese punto en su frágil memoria: en el momento justo en que el marido empezó a golpearla e insultarla, y ella, en un alarde de valor no muy común en las mujeres maltratadas, huyó con su hija muy pequeña (Lea recordaba aquel episodio vivamente). Tuvieron que malvivir a base de trabajar noche y día en empleos mal pagados, pues no podía aspirar a un buen empleo por su falta de preparación. Más tarde se unió a otro hombre equivocado que las golpeaba a ambas y volvió a huir, dejando atrás lo poco que había reunido. Su siguiente hombre, aunque nunca le pegó, estaba casado y sin perspectivas de abandonar a su esposa, por lo que le dejó. Cuando al fin alcanzaba la estabilidad con un hombre sereno que parecía quererla, su hija se había unido al club de los drogadictos. Y finalmente, para acabar de una forma cruel con su patética vida... el cáncer la estaba minando.
    (pobre mujer ahí está otra vez esa piedad qué extraño me duele mucho por ella qué me pasa debe ser esta funda humana debe ser que esta mierda de drogadicta aún la quiere y me trasmite sus sentimientos)
    Yo cuidaré de ti, te lo prometo...—le dijo ella, sonriéndole de nuevo.
    Teresa tuvo la extraña sensación de que la chica que había despertado en el hospital, no era la misma que salió de su casa aquella mañana, después de haberle robado impunemente y haber vomitado por toda su habitación. No comprendía bien lo que le estaba diciendo, pero le pareció comprender que era una promesa de cambio, y empezó a albergar esperanzas. Quizá ver la muerte de tan cerca, la había hecho reaccionar y al fin comprendía lo que ella había estado intentando decirle durante todo aquel año de amargura y desdichas. Quizá.
    Los médicos asistieron sorprendidos a una rápida recuperación de una adicta con sobredosis, con un cuerpo consumido por diversas sustancias que, como mínimo, debería estar en coma. Teresa lo atribuyó a sus fervientes oraciones.
    Pero no era Lea la que reposaba en aquella cama, soportando estoicamente los fuertes dolores y los temblores del síndrome de abstinencia. Era alguien muy distinto, que los soportaba con la valentía del que había sufrido muchas cosas (como las llamas del infierno que queman a fuego lento sin consumir jamás), y para quien sufrir aquel dolor significaba mérito (o al menos consideraba que se debía contabilizar como mérito)
    Cuando la sacaron de la UCI y Teresa habló con ella en persona por primera vez tras su hospitalización, ella le tomó la mano y le sonrió como había hecho a través del cristal. La mujer pensó que iba a derretirse, pero cuando la que ella creía su hija habló, sus palabras la inquietaron.
    Teresa, verás... sé que te sonara muy raro, pero tu hija... ha muerto... casi totalmente, pues conservo algunos recuerdos que le pertenecen. Se suicidó la noche de la sobredosis, ya sabes. Pero aquí estoy para ocupar su lugar, aunque no me portaré como ella, por supuesto. Ella te hacía sufrir mucho, lo sé. Yo te cuidaré. Pareces muy cansada, Teresa—la intentó consolar con voz dulce. Parecía completamente distinta de su hija, quien no podía controlar sus cambios de humor y la insultaba noche y día.
    Cariño, no te preocupes por mí. Todo saldrá bien. He rezado mucho para te dieras cuenta de que... de que ibas mal...y reaccionaras, y parece que me han escuchado allá arriba. Tú solo recupérate y vuelve conmigo a casa. Ya me encuentro mejor solo con verte tan... tan tranquila…tan centrada—respondió Teresa, con voz temblorosa y lágrimas bailando en los ojos, cuando después de aquel inesperado discurso pudo recuperar el habla.
    (es abnegada la quiere a pesar de lo que le ha hecho está bien tener una madre me gusta creo que me la quedo para mí que se joda la cerda de Lea no la merece)
    Vale, lo que tú digas—aceptó ella, con una gran sonrisa.
    Teresa salió un poco preocupada de aquella habitación y se dirigió a hablar con el médico, quien ya sabía que Lea hablaba de sí misma en tercera persona. Había pedido calmantes a las enfermeras para aquella guarra de mierda, porque los putos dolores los soportaba ella. También la habían escuchado gruñir o rugir cuando estaba inconsciente como si fuera una fiera, lo que inquietaba un poco al personal.
    Puede tratarse de daños cerebrales. Estos chicos se meten de todo, química pura o cortada, no conocen su composición. Su hija debería estar clínicamente muerta, señora. Lo cierto es que la veo muy bien... a pesar de los análisis que obtuvimos cuando ingresó...—la consoló el médico, moviendo la cabeza con pesar. A veces lamentaba tener que salvar la vida a ciertos elementos, que volverían sanos y salvos a la calle para continuar haciendo daño, pero había hecho un juramento que debía cumplir.
    Teresa asintió, dócilmente. Le daba igual que su hija se hubiera vuelto loca. Ni siquiera era violenta como antes de enloquecer. Le sonreía y le prometía cambiar. Era la hija que había esperado pacientemente durante el último año… en realidad durante muchos años, pues siempre había sido una niña rebelde debido a los golpes que le propinó la vida.
    Había regresado de la muerte algo cambiada, pero era la hija con quien siempre había soñado.

    (continuará después de Navidad)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO I)



Este proyecto se me metió entre ceja y ceja, y aunque un amigo escritor intentó disuadirme con la mejor intención, por si resultaba plagiada, yo deseaba unirme a esos grandes escritores de siglos pasados, cuyas obras se publicaron capítulo a capítulo en periódicos y revistas. Como los tiempos cambian, elegí mi propio blog en lugar de algún periódico, y la obra elegida para este proyecto es "Una fugitiva un tanto especial". 

Esta novela data de 2004, pero como todas mis obras, ha ido evolucionando conmigo, mientras la revisaba una y otra vez. Para posibles plagiadores les advierto que está registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual con el número de asiento  09/2205/353.

En cuanto al argumento, ya lo veréis, es bastante especial: Una diablesa, harta de su miserable vida, arrastrándose entre el infierno y el mundo, decide desertar de las tropas infernales. Para ello se le ocurre que podría poseer el cuerpo de una chica y empezar a hacer buenas acciones, para demostrar que puede comportarse como un ángel del lado luminoso y ganar así su ascenso a un mundo mejor. Esta fuga pasa desapercibida al principio, siendo detectada por un humilde aspirante a ángel, y despertando el interés de Gabriel y del mismo Lucifer, que observarán e intervendrán en sus planes de forma más o menos llamativa. 

¿Os parece atractivo para empezar? Pues a continuación podéis empezar a disfrutarla. Intentaré colgar un capítulo a la semana, con una o dos interrupciones navideñas para compartir con vosotros mis cuentos navideños, que también tengo.

 Besos, lectores y lectoras. Espero vuestras sinceras opiniones.

1.
    Lea avanzaba penosamente, arrastrando los pies. No percibía nada que pudiera ocurrir a su alrededor... solo sentía su propio dolor, su fatiga mortal, su deseo de llegar a un lugar concreto para detenerse y dar fin a su angustia. No escuchó el frenazo de un coche a pocos metros de ella, ni la discusión a gritos en el segundo piso del edificio azul, ni los ronroneos de las prostitutas dirigidos a sus posibles clientes en la esquina de la plaza. A Lea todo le importaba un carajo. El dolor le mordía por todo el cuerpo y sentía muchísimo frío. No había escogido el momento conscientemente, pero aquella fría y desapacible noche invernal era perfecta para terminar de una vez con su puñetera miseria. Hasta aquella misma semana había mantenido el tipo, con un logrado toque de relativa calma y normalidad, aderezado por una buena organización. Había fingido perfectamente sentirse satisfecha de sí misma a pesar de todos los problemas que sufría por culpa de sus adicciones. Había desesperado a su familia y amigos con aquellos «préstamos» sin posibilidad alguna de devolución, sus frecuentes robos y lo que era peor, sus amargos y frecuentes ataques de ira descontrolada.
    Todo aquel cúmulo de errores finalmente la habían dejado completamente sola, a excepción de su desesperante madre, que aún no había renunciado a redimirla, y por supuesto sus suministradores, los únicos que buscaban su compañía, siempre y cuando tuviera dinero fresco.
    Sus estudios habían quedado abandonados. Incluso su actual novio, quien se mantenía aún muy entero a pesar de sus adicciones varias, había roto con ella porque «le provocaba nauseas con un aspecto sucio y esquelético». Se había buscado otra novia tan joven como ella, pero fresca, recién enganchada al éxtasis y la cocaína. Aquella incauta tenía el mismo aspecto que ella, un año atrás: una niñata idiota, aburrida y ansiosa por probarlo todo, segura de que podía dejarlo en el momento en que ella decidiera.
    ¡Qué más quisieras, zorra!—masculló Lea entre dientes¡Estarás como yo dentro de un año, y luego se buscará otra, si es que él mismo no ha palmado!—escupió Lea con rabia, imaginándola perfectamente hundida en la miseria.
    Pero lo que verdaderamente había determinado el fin de su corta carrera de dieciséis años de errores... había sido un diagnóstico médico que ni siquiera era suyo. Mientras registraba toda la casa para robarle una vez más a su madre, lo encontró en un cajón, como si la hubiera estado esperando allí para ser descubierto. Primero no se fijó en él y lo tiró al suelo junto con la ropa y los estúpidos collares de bisutería del joyerito, por los que no le darían ni un céntimo... pero volvió sobre aquel papel porque le pareció haber visto de pasada una palabra desagradable: cáncer. Lo poco que le quedaba de humano en aquel cerebro deformado, se preocupó y por un momento dejó de buscar su botín. Se arrodilló en el suelo, revolvió entre la ropa, lo encontró y lo leyó de nuevo. Lo tuvo que leer hasta cinco veces para poder descifrar lo que significaba, pues tenía la vista turbia, y el cerebro en descompresión: su madre estaba muriéndose, ni siquiera recomendaban operación (que era lo que normalmente salvaba a la gente) porque podría fallarle el corazón y morir en el quirófano, y por añadidura se desaconsejaban tratamientos agresivos por la debilidad y la anemia que sufría, ya que le causaría más daño que bien. Solo recetaban calmantes… ¡solo calmantes!
    Soltó el papel y vomitó allí mismo, sobre la ropa y la bisutería de su madre. Podía pasar de ella, gritarle, robarle, provocarla con sus insultos y sus ataques de mal genio, podía incluso pegarle si se oponía a sus exigencias... pero si la perdía, lo habría perdido todo en el mundo. A causa de su nueva vida se había relacionado con gente sin techo, gente que vivía entre cartones y moría en los basureros, anónimamente. Pero ella se consideraba superior a ellos. Pertenecía aún a la aristocracia de los drogadictos: los que aún vivían en casa sangrando a sus padres o a sus parejas, maltratándoles, pero con una dosis garantizada de uno u otro modo. Ella siempre había presumido de su vieja, la que trabajaba horas y horas limpiando en varios sitios, para que a ella no le faltase de nada. Si ella se moría, se acabó la gallina de los huevos de oro. Sus amigos la habían abandonado. No podría costearse el vicio, no podría pagar los gastos de la casa, ni siquiera comer, la echarían a la calle y finalmente ya no le quedaría ni el resto ínfimo de dignidad, ni podría fingir como ahora que era una persona normal. Una sin-techo más, condenada a robar cada día o a prostituirse, cuando ella había despreciado a aquellas chicas patéticas que deambulaban como fantasmas entre las sombras del Parque de los Románticos, vendiéndose por una dosis.
    Por todo ello, lo único que pudo procesar su mente enferma es que debía recoger todo el dinero que pudiera, robar el resto y comprar la dosis más pura que pudiera hallar. Normalmente con esa dosis y añadidos varios, podían haberse hecho al menos cinco o seis buenas dosis. Pero ella tenía suficiente para un último y gran viaje. Se largaría antes que su vieja, por la puerta grande. No se quedaría en la calle, como aquellos colegas a los que habían recogido como sacos de basura y cuyos cuerpos nadie reclamaba.
    Llegó trastabillando a aquel callejón oscuro, de paredes húmedas y mohosas, con el suelo cubierto de basuras, donde las cucarachas y las ratas competían por las sobras con mendigos y adictos terminales. Pensó, con un amargo toque de ironía, que aquel era el lugar donde menos hubiera deseado terminar sus días... donde debido al olor de porquería, el olor de su cadáver no se distinguiría en unos cuantos días. Después se resignó. El fin justo para una vida absurda. Ahora mismo le importaba un bledo el sufrimiento de su madre. Pensó que se sentiría más aliviada si ella se quitaba de en medio, pensando que se reuniría con ella en una vida mejor.
    Pero lo que Lea pensaba que había sido reflexionado y salido de su voluntad, una vez más había sido inducido por alguien más fuerte y mucho más poderoso que ella.
    La había estado observando durante los últimos meses y había decidido que era perfecta para lograr su objetivo. Aquel ser intrigante y oscuro la sumergió en la desesperación sin ningún problema, ayudada por la droga que le provocaba paranoias y por todo el mundo se había apartado de ella al verla caer. Fue muy sencillo emparejar a su actual «novio» con una zorra descerebrada, para que él también la abandonara. Por último, dejó a mano aquel informe médico que su madre había escondido bien, para asestarle el golpe definitivo. Era demasiado estúpida y cobarde como para seguir adelante sola en el mundo.
    Todo estaba dispuesto para perpetrar su plan aquella noche, pero le disgustó que su víctima fuera a terminar precisamente en aquel callejón inmundo. Para su consuelo, pensó que aquel lugar despistaría a sus posibles buscadores. Hubiera preferido elegir para tal fin un hermoso parque, con el suelo cubierto de hojas rojizas que volaran con el viento, todo ello bañado por la fresca luz del atardecer. Deformación profesional. Siempre buscaba la belleza sin par de aquel mundo para enmarcar de forma plástica el trágico fin de sus víctimas. Era mil veces más estético. Pero la hora había llegado y su víctima no podía dar un paso más. Se resignó con aire fastidiado.
    Lea preparó la jeringuilla, mientras aquella presencia se agazapaba a su lado, esperando con ojos iluminados por la curiosidad y una gran dosis de crueldad. La mano le temblaba tanto que estuvo a punto de echar a perder la dosis mientras la preparaba, pero aquella fuerza extraña sostuvo con firmeza su sucia mano y la ayudó en aquel terrible momento. Lea se dio cuenta de aquella ayuda extraordinaria que no podía explicarse y sonrió con ojos extraviados.
    Cuando tuvo la muerte en estado líquido dentro de su jeringuilla, respiró hondo y buscó una vena a duras penas. Tenía el brazo agarrotado y las venas duras como piedras. Apenas podía distinguir un pequeño espacio donde clavarla, pero «algo» guió de nuevo su mano con firmeza, y acertó de pleno en el lugar apropiado.
    Había alguien más en el callejón: un ente incorpóreo, una presencia oscura. Un soplo de aire frío reveló su tenebrosa presencia, pero no se sobresaltó en absoluto, pues estaba esperándole. Se trataba de un ser silencioso que no vivía ni en la Luz ni en la Oscuridad, flotando entre los dos mundos y trabajando sin descanso: un Ángel de la Muerte, un viejo conocido con el que no mantenía una relación cordial, pues siempre se cruzaban en el camino sin hablarse. Incluso le había parecido ver en su mirada un reproche silencioso por su trabajo, induciendo a la muerte a los desgraciados humanos. Pero quizá solo se trataba de imaginaciones suyas, pues aquel ser frío cumplía estrictamente con su deber sin mostrar ningún tipo de piedad por los seres humanos. Su presencia en aquel lugar era simplemente el último obstáculo a salvar. Y eso sería muy fácil, porque no cabía esperar que el destino cambiara aquella noche de una forma tan absurda.
    Hoy no le toca acompañarte. Saldrá de esta. Parece ser que hay otros planes para ella... le detuvo con voz firme, lo suficientemente convincente.
    El ángel de la muerte se extrañó, pues había sido llamado para actuar en aquel callejón, pero, después de todo... ¿por qué tendría que mentirle?. El único objetivo de su existencia consistía en arrastrar a sus víctimas al abismo, induciéndoles al suicidio.
    Tras reflexionar un instante sobre el imprevisto cambio de planes, aquella presencia fría se alejó en silencio, discretamente, como siempre actuaba desde el principio de los tiempos. Suspiró y sonrió ampliamente. Obstáculo salvado.
    Mientras la droga penetraba y recorría a gran velocidad sus venas, inundando todo su cuerpo con una sensación de vivo calor seguido de un frío mortal, Lea aún pudo distinguir ante ella a una criatura bellísima, que batía elegantemente sus grandes y oscuras alas, con sus largos cabellos rojos como el fuego. Aquella criatura la miraba con unos ojos burlones, grandes y rasgados, de un color rojo tan intenso como su cabello, esbozando una gran sonrisa despectiva.
    ¡Joder! ¡Qué ángel de la guarda más raro tengo!—farfulló Lea con voz pastosa antes de que la cabeza cayera sin vida sobre el pecho, y el brazo cayera sobre el charco maloliente que había formado una bolsa de basura.
    ¡Raro!”, dice la asquerosa mortal. Soy lo más hermoso que has visto en tu vida, ¡pero gracias por prestarme tu cuerpo, imbécil!musitó aquel ser oscuro, masticando las palabras con vivo desprecio.
    Al mismo tiempo que la vida abandonaba a Lea a golpe de espasmos y temblores, ella entró a empujones en aquel cuerpo consumido y enfermo. Debía conservar un resto ínfimo de vida en ella para facilitar los movimientos y conservar sus recuerdos, pues le vendrían bien para camuflarse de manera convincente durante un tiempo y cumplir así sus planes. Le costó mucho esfuerzo introducirse, pues le faltaba experiencia, ya que no había poseído más que un par de cuerpos a lo largo de la eternidad, uno de ellos el de un cerdo (lo cual, visto con la perspectiva que concede el tiempo, le parecía un poco estúpido, pero no tan maloliente como este cuerpo). Sabía perfectamente que al introducirse en ella, sentiría todo el dolor de aquella criatura, pero aún así los aguijonazos la hicieron temblar y gemir con voz gutural. También sabía que debía mover aquel cuerpo rápidamente, porque si se quedaba quieto, la muerte era prácticamente inmediata. Le arrancó la jeringuilla del brazo inerte y la lanzó lejos, moviendo aquel brazo ajeno con gran esfuerzo, como si pesara kilos y kilos, aunque no era más que piel y huesos.
    Los mendigos y drogadictos que poblaban el callejón no habían reparado apenas en la presencia de Lea. Todo les parecía normal hasta el momento en que aquella basurilla gritó como un barítono quemándose en el infierno, levantándose con un salto extravagante, como si fuera una gran marioneta accionada por hilos invisibles. Aquel fardo envuelto en ropas sucias empezó a agitarse con espuma en la boca y se sujetó a la reja de una ventana para sostenerse en pie, resbalando sobre los charcos y provocando una estampida de ratones, que huyeron asustados en todas direcciones.
    ¡Ayuda! ¡Necesito un hospital! ¿Dónde hay un hospital?—farfulló con una voz extraña, gutural, que tanto se diferenciaba de su voz suave y sugerente. La confusión de su víctima se había apoderado de su poderosa mente, porque sabía de sobra que había un hospital muy cerca. Se sentía muy desorientada y ni siquiera veía con claridad a través de aquellos ojos animales.
    ¡Que te den por culo!
    ¡Déjame dormir, tía!
    ¿Qué coño te pasa? ¡Déjanos en paz!
    Se dio cuenta de que nadie allí la ayudaría, porque ni podían ni querían hacerlo. Conociendo al género humano como lo conocía, debía hallar a alguien muy compasivo, porque un guiñapo en su estado, espantaría al más pintado. Salió como pudo de allí, apoyándose en las paredes, tropezando con las basuras, cayendo y volviendo a levantarse con una lentitud propia de pesadilla (ella sabía mucho de pesadillas, pues se divertía provocándolas en sus víctimas). El tiempo jugaba en su contra. Salió a la calle principal, pidiendo a gritos que la ayudaran. Estiraba los brazos con una mirada turbia, trastabillaba, caía y volvía a levantarse. Como esperaba, la gente que a esas horas se atrevía a pasar por aquel rincón del barrio, se apartaba de ella con horror.
    ¡Por favor, ayuda! ¡Por favor! ¡Se muere! ¿No lo entienden? ¡Se muere!—gritó, refiriéndose a su víctima, por supuesto, puesto que ella era inmortal. Se agarró de un hombre que soltó sus manos con auténtica repulsión¡Todo es inútil! ¡Qué imbécil! ¡Me he equivocado! ¡Mi plan al traste!—gimió por fin, cayéndose de rodillas en mitad de la acera.
    (todos se equivocan incluso nosotros nos equivocamos no somos DIOS)
    Debería dejar morir a aquella cerda y salir rápidamente fuera de su funda, antes de que se enterara nadie. No era difícil. Eso retrasaría un poco su plan, pero no supondría un impedimento absoluto para su fuga.
    (saliendo de esta apestosa como alma que lleva el diablo ja ja ja buen chiste)
    Si se llegaban a enterar sus superiores, le caería un buen castigo por ejercer la posesión sin el correspondiente permiso administrativo, pero poca cosa. Poseer un ser humano era considerado en su mundo poco más que una simple gamberrada. Lo que le daba más rabia es que había estado a punto de conseguir su objetivo aquella misma noche, y que todos sus estudios sobre la vida y andanzas de aquel ser nauseabundo habían sido una pérdida de tiempo.
    Pensaba en salir flotando de allí y abandonarla a su suerte, cuando alguien sujetó aquel cuerpo medio muerto por sus ropas sucias y mojadas y lo levantó con fuerza.
    ¡Camina, venga! ¡No te pares! ¿Qué has hecho, Dios mío? ¿Qué has hecho?—le dijo alguien con voz firme, llena de conocimiento.
    Ella siseó apretando los dientes e intentado evitar que él se diera cuenta del respingo que le produjeron sus palabras. ¡Con qué maldita facilidad decían SU nombre! ¿Por qué aquellos malditos humanos no LE trataban con el debido respeto? Se esforzó para levantar aquella pesada cabeza y le miró al rostro. Era un hombre aún joven y bastante guapo, de rostro cuadrado y cejas pobladas enmarcando unos ojos claros y grandes. Pero había algo que no cuadraba en su corte de pelo (muy clásico), en su ropa (demasiado severa para su edad) y en su cuello...
    ¡No me jodas! ¿Un alzacuellos?—farfulló ella con voz fangosa, clavando su mirada borrosa en aquel símbolo, que se distinguía por encima del cuello de un abrigo oscuro y descolorido, pasado de moda.
    Sí, hija, un alzacuellos. Voy a intentar salvarte. Nadie más lo hará hoy, así que déjate ayudar y no te pares a pensar en confesiones religiosas...—le dijo él, haciendo un esfuerzo por arrastrarla, casi a peso muerto.
    Ella hizo aquel esfuerzo por Lea, quien a esas alturas ya no podía mover ni un dedo. Apoyó las piernas en el suelo e intentó caminar con todas sus fuerzas. Se concentró, una pierna primero, otra después, concentración absoluta arrastrando aquella pesada carga.
    Bien, eso es. Un esfuerzo más y llegamos al hospital. Está aquí cerca. Si no te dejas vencer, aún puedes salir de esta. Por esta vez...—murmuró él, animándola, sintiéndose un poco aliviado de su peso. Tenía una voz dulce, y no parecía incómodo por el olor a basura que despedía. Era un buen hombre, y cuando se centró un poco y su visión se aclaró, creyó reconocerlo, a pesar de aquellos ojos desenfocados.
    ¿Simón? ¿Eres tú, Simón?—musitó ella, al borde del desmayo.
    Sí, me llamo Simón. ¿Te conozco?—asintió él, mientras cruzaban la calle trastabillando y varios coches les increpaban tocando el claxon. A nadie le importaba que un puñetero cura arrastrara a una drogadicta moribunda hacia el hospital. Todos tenían suficientes problemas para pararse a pensar en eso.
    Te co-noz-co. Eres u-no de mis po-cos fra-casos...—siseó ella, esforzándose en concentrarse y continuar moviendo aquellas piernas.
    Sí, claro, y tú debes ser uno de mis muchos fracasos——intentó bromear él, y su sonrisa era aún más dulce que su voz.
    Gra-cias, S-simón—susurró ella, antes de perder de vista el mundo y de que él la cogiera en brazos, casi en la entrada del hospital.