UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 12)




Hola, lectores y lectoras. ¿Preparados para un nuevo capítulo de esta extraña historia? Vamos allá. 

Tras la peligrosa entrevista de Liduvel y Lucifer y la oportuna intervención de Gabriel, Simón llega a la iglesia y se encuentra con los estragos ocasionados por la furia del ángel oscuro. Liduvel cree que ya ha llegado el momento de ser sincera con su amigo humano y retomar la conversación aplazada por la terrible aparición de Lucifer. Conoceréis al fin la auténtica historia de esta diablesa, y los acontecimientos que la convirtieron en un ser muy especial.

Os dejo ya con la apasionante historia de Liduvel, que vive desde hace eones en una tortura continua que intenta dejar atrás. 

¡Hasta la próxima entrega, amigos y amigas!


    12.
    Escuchó pasos y vio acercarse a Simón, que miraba consternado las numerosas velitas que habían explotado y el vestido medio chamuscado del santo. Miró a quien creía Lea Pineda, sola en la iglesia. Lo único que se le pasó por la cabeza es que ella había provocado aquel desastre en un acceso de furia descontrolada, ya que parecía seriamente perturbada.
    ¿Qué ha pasado aquí? ¿Y ese olor? Huele igual que en el callejón. ¿Qué ha pasado, Lea?—indagó Simón al verla allí, pálida y derrumbada, intentando darle una oportunidad para explicarse.
     
    Lo siento, amigo mío, ha sido por mi culpa todo este estropicio. Te ayudaré a arreglarlo. Él ha venido a buscarme, y se ha enojado mucho. Esto es lo que pasa cuando se enoja... y cosas aún peores... Puedes creer que hermos tenido suerte—respondió Liduvel, señalando el desastre.

    ¿Quién ha venido a buscarte? ¿Quién ha hecho esto?—indagó Simón.

    Lucifer—respondió ella, pensando que no la creería, como de hecho ocurrió.
    Simón contuvo la respiración y asintió. ¿Sería una alucinación o la visita real de un viejo amigo del mundo de la droga a quien ella llamaba Lucifer? Esperó sus explicaciones sin agobiarla.
    Debemos tener esa conversación que ha quedado aplazada por la explosión. Necesito tu ayuda y tu consejo. Y si no puedes o no alcanzas a darme una respuesta por tus límites humanos, al menos me vendrá bien que me escuches. No me mires como si estuviera loca, abre tu mente y cree, porque juro que no te mentiré ni me inventaré nada... Quien tenga oídos que escuche...—le dijo entonces Liduvel, con grandes ojeras remarcando sus ojos hundidos y brillantes, como enfermizos.
    Simón respiró hondo y asintió. No tenía elección. Debía ayudarla en lo posible.
    Habla, te escucho.
    Liduvel tomó aliento y comenzó, esperando que los muros de aquel lugar sagrado no se resquebrajaran cuando ella diera testimonio de la verdad.
Mi verdadero nombre es Liduvel, y soy un ángel caído en la Gran Rebelión. A la vista está que aquella revuelta legendaria no prosperó como habíamos proyectado, y durante eones sufrimos las consecuencias de nuestro error. Ha pasado mucho tiempo desde aquel momento amargo y a diferencia de otros he aprendido de mi larga experiencia viviendo en la sombra, pues de los errores se aprende más que de los aciertos. Estoy firmemente decidida a cambiar mi destino y por ello proyecté mi fuga del infierno. Es cierto que nunca se ha hecho, aunque eso no quiere decir que sea imposible. Como decía mi terapeuta Damon: «Si quieres saber quien eres y dónde vas, debes saber quien eras y qué caminos tomaste para llegar hasta aquí». Y es cierto, lo más cierto que me dijo nunca. Por eso debo comenzar desde el principio, para hacerme entender. Al principio de los tiempos yo era de los más jóvenes e inexpertos ángeles. El ángel más hermoso, el más sabio de todos nosotros, había saboreado las mieles del poder y lleno de soberbia, deseó ser el dueño absoluto del universo, prescindiendo de ÉL. Nos embaucó con sus palabras dulces y sus promesas vanas. ÉL era nuestro señor, un líder mucho más exigente, más severo, y muchos caímos en la trampa porque éramos inexpertos y nos agradaban los caminos fáciles… y quizá nos cegó la ambición tanto o más que a nuestro líder… Lucifer.

Pero ocurrió que la rebelión no fue unánime. Siguiendo un protocolo ancestral, se solicitó por vía diplomática SU dimisión, algo que inesperadamente le pilló por sorpresa. Muchos de los nuestros (los ángeles de luz) LE apoyaron y la vía diplomática se rompió (en parte por el carácter especialmente irascible de Lucifer). Hubo una cruenta batalla en los cielos, que nunca se ha vuelto a repetir y que originó numerosos deshechos y daños colaterales que formaron galaxias. Ahora los humanos lo llaman el «Big Bang» o algo así. Desde luego fue grande... inmenso. Lucifer sufrió una aparatosa derrota y fue condenado con todos sus seguidores. Nos expulsaron de la Luz y nos confinaron al abismo más oscuro. Recuerdo ese tiempo tan lejano como si acabara de suceder. La rabia me amargaba, me rebosaba por todas partes, y viví un tiempo interminable entre la oscuridad y el fuego, planeando billones de combinaciones de posibles venganzas, contra ÉL, contra mis compañeros traidores, pero sobre todo contra Axel (ese era mi objetivo principal) El traidor Axel... era mi amigo del alma, mi amado, el que (en teoría) era mi alma gemela, el mismo que no me avisó de que se echaba atrás poco antes de la Gran Rebelión y me dejó continuar a mí sola. El mismo que disfrutaba de la buena vida en el paraíso, mientras yo me quemaba por dentro y por fuera.

Llegó un tiempo en que, pasado ya el primer momento de furia desatada e incontrolable (SUYA y nuestra), nos fue concedida generosamente una especie de libertad provisional vigilada (quizás ingenuamente poco vigilada), y por supuesto la mayoría de nosotros aprovechamos la ocasión para salir de la oscuridad y esparcirnos por el mundo. Entonces no éramos ni mucho menos autónomos, obedecíamos estrictas órdenes, no de ÉL, claro está, sino del Supremo Lucifer. Con el tiempo, nuestro líder se fue acomodando y fue delegando sus funciones malignas en diversos Jefes de Área, estos a su vez delegaron en los Jefes de Sección, y éstos en los Jefes y Subjefes de Departamento. Yo era un poco ingenua y muy independiente, y no valoré la importancia que tenía halagar la vanidad del Gran Jefe y de sus principales esbirros, por eso me fui quedando relegada en el escalafón, bajo las órdenes de mi jefe de departamento, Luzdel. Él era sumamente ambicioso (aún lo es) pero no era entonces (ni lo es ahora) más inteligente ni está mejor preparado que yo. Sin embargo las maldades desatadas contra los seres que habitaban aquel joven mundo, como contra sus propios compañeros, llegaron a oídos de Lucifer, quién le ascendió en la escala. Se rumorea (aunque no se ha podido demostrar) que fue suya la idea de la primera gran extinción en el joven mundo. Casi toda la vida desapareció entonces y una de las pocas especies que sobrevivieron a la gran hecatombe, evolucionó hacia algo que no teníamos previsto. Por lo visto realmente fue una puñetera broma SUYA, pues ÉL siempre fue muy creativo…

Aquellos seres mal olientes y estúpidos (perdona, Simón, pero eso es lo que he pensado todos estos eones, hasta hace poco, y las costumbres tardan en perderse) se desarrollaron contra todo pronóstico y evolucionaron bajo su protección hasta parecerse remotamente a nosotros, incluso a ÉL. Habían aparecido los seres humanos.

Desde el principio vi claro que aquellos sucios y peludos simios eran SUS seres favoritos. Mis superiores no creyeron en mis informes, por mucho que me esforcé en hacérselo ver. Me dijeron que la vida era muy cruel con aquellos seres, que luchaban día a día por la supervivencia y que vivían muy poco tiempo. Por eso no creyeron que podían ser su creación favorita. Les parecía una broma excesivamente cruel, incluso para ÉL.

Y era cierto, mi intuición no me engañaba. ÉL sentía una absurda debilidad hacia los humanos. Y ellos lo sabían, los muy cretinos. Aquellos seres primitivos eran tan sumamente creídos que no solo lo proclamaron, sino que incluso más adelante afirmaron y pusieron por escrito (para que tal insensatez perdurara en el tiempo) que ÉL los creó a su imagen y semejanza. ¡Qué más quisieran! Los humanos eran y son (salvo honrosas excepciones como tú, el modelo del David de Miguel Ángel... y quizá también algún actor) básicamente feos, ásperos y peludos, huelen mal, envejecen, se arrugan y se pudren. Los humanos no gastáis todos los recursos que posee vuestro poderoso cerebro, ni siquiera la quinta parte. Sois (casi todos) mezquinos y crueles, y en vuestro favor solo se puede decir que os dedicáis al sano deporte de eliminaros entre vosotros, cada vez de una forma más refinada: mediante guerras, purgas étnicas, enfermedades creadas en laboratorios... etc.

Pero a pesar de la falta de visión de mis superiores, finalmente se fijaron en aquellos seres. Debido a su estupidez manifiesta y dado que eran muy fáciles de manipular y degradar hasta la más absoluta indignidad, el autoproclamado «rey de la creación» se convirtió un día en nuestro juguete favorito.

Llegó el tiempo en que los mejores de cada departamento ganamos un poco más de autonomía. Entonces me dediqué de pleno a mi labor creativa: los suicidios románticos. Entonces no los llamábamos así, claro, porque la etapa denominada «romanticismo» por los hombres no había empezado aun. Yo los denominaba «suicidios estéticos». Resumiendo mucho mi eficaz labor, diré que me encargaba de meter en la mente de mi estúpida víctima que todo iba mal, que la situación nunca mejoraría, que nadie le quería, que la soledad le devoraba... en fin, todo aquello que se le pasa por la cabeza a los estúpidos pesimistas. Una vez alimentadas estas sensaciones de dolor y soledad (a las que los humanos sois tan aficionados) les metía en la cabeza que acabaran de una vez con su penosa vida. Pero mis suicidios inducidos no se perpetraban de una forma repugnante. Esos suicidios los tramitan otros compañeros, por ejemplo: un numerario inferior a mí en categoría y creatividad: Arrás «el chapucero», cuyo trabajo favorito es que sus víctimas se arrojen al tren, o bien se arrojen al vacío desde un piso duodécimo... y queden hechas trizas. Otro especialista que también se dedicaba a estas técnicas era el eficaz Dellón, alias «pedacitos», quien ha ascendido en la escala por su dedicación absoluta. Recientemente ha pasado a formar parte del fulgurante departamento de Terrorismo, porque se ha especializado en suicidas con cinturón de explosivos, coches bomba e incluso con aviones que chocan contra edificios altos. ¡Qué asco! Sus trabajos no tienen nada de artístico, aunque confieso que en ocasiones son muy espectaculares. Por eso recientemente ha dejado de ser un numerario cualquiera. Ahora ha ascendido y es un flamante demonio secundario, ha tomado las alas oscuras y el inmerecido nombre de Dellonel.

En este punto, para dejar todo claro, quiero expresar mi repulsa por esta costumbre que con el tiempo se ha extendido, aceptado y autorizado. Los puñeteros e indignos numerarios no deberían tener derecho a cambiar su nombre. No son más que imperfectos humanos condenados por su especial crueldad, que se convierten en demonios por sus méritos, aunque nunca (ni en sueños) serán ángeles oscuros, pues distan mucho de ser perfectos. 
 
Pero me centro, como iba diciendo, en comparación a las chapuzas de Arrás o Dellonel, mis víctimas quedaban hermosas e impolutas. Creo que a sus congéneres humanos se les rompía el corazón y lloraban con mayor desolación al verlos tan tristemente bellos, intachables, como dormidos. Los humanos no miran los despojos destrozados de un semejante, se limitan a recogerlos y enterrarlos rápido, para olvidar lo que han visto. Pero sin embargo... miran, besan, tocan y lloran sobre el cuerpo impoluto de un triste suicida, se preguntan por qué ha hecho semejante barbaridad. Su imagen triste y perfecta queda grabada en sus pupilas de animal. En muchas ocasiones he intuido que esos dolientes seres, en un futuro no muy lejano, podrían llegar a ser clientes míos. Dejando aparte que los humanos en general son fáciles de hundir en la miseria, los hay profundamente inconscientes, con una clara predisposición a la autodestrucción, y son insufriblemente fáciles de someter, lo cual me frustra bastante.

El suicida es – de entre todos los humanos - el ser más estúpido. Los creyentes creen que van directos al Infierno por tal pecado y los no creyentes piensan que van a desaparecer en la nada y aún así, unos y otros se abalanzar hacia la muerte inducida. Una vida tan corta como la vuestra, tan absurda y breve que a veces no llega ni siquiera a los ochenta años según vuestra contabilidad humana, y ellos la acortan aún más... en fin, son tan absurdos que los desprecio profundamente y escupo sobre sus cuerpos inertes cuando he terminado con ellos. 
 
Si alguno sobrevive a mis artimañas (son pocos los que lo han hecho y tú, querido Simón, tienes el honor de ser uno de ellos), para mí es considerado de otra especie, un punto más inteligente, más digno y más valiente, y le miro con otros ojos. Por eso te aprecio especialmente, Simón, y te confío todos estos secretos supremos.

Confieso sin modestia alguna que ejercía mis misiones con gran dedicación y vocación. Me gustaba mi trabajo. Digo bien, me gustaba, pues llegó un momento en que quizá me contagié de la misma melancolía que yo inculcaba en los humanos. Empecé a plantearme mi vocación, sentía muchas dudas, y aunque seguía siendo buena en mi trabajo, no tenía ilusión ni alicientes. Empecé a abandonarme, poco a poco. Fue el comienzo de una dura carrera contra mí misma, contra todo lo que había sido hasta entonces. También empecé a sentir con mayor dureza la soledad, un sentimiento que desdeñaba cuando eran los humanos los que la sentían. Pensé que mis congéneres podían estar tan afectados como yo, pero muchos de ellos, aunque obligados a vivir en nuestro mundo tenebroso, sentían el consuelo de vivir junto a sus almas gemelas. Yo perdí la mía... me abandonó más bien. Por eso siempre me sentí sola. También pensé que a causa de andar tanto tiempo sobre el mundo, me estaba humanizando (sinónimo de idiotizando) y esa idea me deprimía. Por supuesto no confesé a mis semejantes dichas debilidades, o me hubieran destinado a torturar almas de humanos aprensivos en el Pozo de la Inmundicia, el último y más indigno de los destinos en el Infierno. Discretamente, decidí seguir una terapia antes de ir a peor, confiando en que nadie descubriría mi secreto.

Pero aquella decisión aparentemente tan meditada me acarreó nuevos problemas. Después de una larga y atípica terapia, empecé a sentir una extraña sensación... una especie de «piedad» hacia los humanos. Creo sinceramente que me equivoqué al elegir a mi terapeuta, pues Damón seguía unas técnicas muy excéntricas. Por aquel tiempo ya llevaba mucho trabajo atrasado y mi dejadez podía haberme costado la degradación, lo que significaría volver a la oscuridad y las llamas como un simple numerario meritorio. Así que, de alguna forma logré combinar mi trabajo con la incipiente piedad que sentía por los humanos, y me dediqué a provocar el suicidio de humanos crueles y despreciables que hacían daño a los demás, salvando con ello otras vidas humanas. Cuando mis superiores recibieron informes traicioneros sobre lo que estaba haciendo, se valoró la tan temida degradación. Por supuesto estos informes fueron emitidos por compañeros que inmediatamente ascendieron en el escalafón, así son las cosas. La teoría que esgrimían mis superiores (acertada, por cierto) era que esas almas sucias ya las tenían ganadas de sobra, y no hacía falta que sus portadores se suicidaran para condenarse. Acabar con los malvados era un esfuerzo totalmente inútil. Debido a mi impecable historial anterior no decidieron la más que merecida degradación, pero una nueva rebelión ya ardía en mi interior. Me dí cuenta de que mi aparente autonomía de diablesa primigenia era absolutamente falsa. Todo estaba controlado y atado en los infiernos. Me sentí como un miserable títere y decidí que mi vida debía cambiar, pero debía ser inteligente o perecería desintegrada por la furia de Lucifer, con mis perfectas moléculas de ángel dispersas por el infinito.

Fue entonces, hace relativamente poco tiempo, cuando empecé a planificar la fuga. Se trataba de un ejercicio relativamente sencillo y eficaz: Para regresar al Lado de la Luz debía hacer el bien de forma genérica, para así demostrar que había cambiado, pues un demonio lo tiene absolutamente prohibido, incluso generalmente se cree que desconocemos el concepto de bien. Solo se trata de un simple ejercicio de memoria. Hace eones era un ángel, podría recordarlo, y si no lo consiguiera, sé perfectamente que el bien es todo lo contrario de lo que he hecho hasta ahora. Pero no podía ejercer esta estrategia en el mundo a cara descubierta. Duraría la décima parte de un microsegundo humano antes de ser desintegrada. 
 
Mi gran idea se basó en que me podría ocultar a la vista de mis colegas del Lado Oscuro y del Lado Luminoso: podría poseer un cuerpo humano y usarlo como un disfraz. Elegiría preferentemente a alguien próximo a la muerte, porque de lo contrario me sería prácticamente imposible sin obtener un permiso. Así no hallaría mucha resistencia a mi entrada forzada y aún podría acceder a sus recuerdos, que me serían necesarios para moverme en su mundo. Manejaría ese cuerpo para ejercer el bien genérico en el ámbito más cercano a mi poseído o poseída. Quizá tardarían algún tiempo en descubrirme o quizá me descubrirían enseguida, pero mis motivos para poseer ese cuerpo eran buenos, tenían buena intención, y por tanto deberían valorarse positivamente, o eso creo. Al menos les sorprendería, de eso estoy segura.

Se trataba pues de elegir el cuerpo adecuado para mi plan. Fue muy difícil decidirse. Podría esconderme dentro de un alto dirigente humano para emprender grandes proyectos: podría impedir guerras, evitar las hambrunas, potenciar los avances médicos para curar enfermedades, corregir los errores que han llevado al calentamiento global, en suma, cambiar el mundo. Pero eso hubiera sido muy llamativo y me hubieran descubierto enseguida. ¿Qué líder mundial se comportaría de esa forma?

Precisamente elegí a Lea Pineda, una estúpida adolescente que vivía en un barrio humilde de una ciudad cualquiera por la discreción del lugar y de la persona. ¿Quién pensaría que un ser tan inteligente como yo, eligiera esconderme bajo la piel de una drogadicta que iba a morir en breve? ¡Sería realmente estúpido! Pero no lo era. Valoré todas las posibilidades, hice los cálculos necesarios, y si todo resultaba bien, en poco tiempo podría solicitar el regreso al Lado Luminoso, exponiendo mis numerosos méritos, ganados penosamente bajo la piel de ese ser despreciable y vacío, sufriendo de forma añadida los dolores e inconvenientes del síndrome de abstinencia, corrigiendo los numerosos errores que había cometido en su corta vida y devolviéndole la dignidad... si ello era posible. ¿Hay algo más meritorio que coger un despojo humano y convertirlo en un ser humano digno? Nadie lo ha hecho nunca, pero eso no quiere decir que sea imposible. Si la infinita misericordia del Lado Luminoso alcanza a los imperfectos humanos, cargados de pecados y errores… también debería valer para mí.

Pese a quien pese y a pesar de la amenaza, cumpliré con mis objetivos. Lo conseguiré... o desapareceré para siempre desterrada en el olvido, desintegrada en mil pedazos y convertida en polvo estelar. Ese será mi castigo por mi desfachatez. Y juro por mis largos y penosos eones de vida, que no me importa. Llevo demasiado tiempo viviendo en este permanente estado de insatisfacción. Volveré al lugar de donde no debí salir, o desapareceré para siempre. Ese es mi objetivo.

Simón, a esas alturas del relato, ya estaba totalmente en shock. Si decidía creer en aquella locura de historia, para él sería una experiencia inmensa. Si ella sufría aquellos grandiosos delirios... realmente necesitaba tratamiento médico. En principio decidió no pronunciarse.
    Liduvel... ¿es ese tu nombre? Te agradezco tal ejercicio de sinceridad y tu confianza en mí. Pero todo esto es muy complicado para mí. Tengo que meditar sobre ello—respondió él a la disertación de Liduvel, intentando parecer sereno.
Ella sonrió levemente. Al menos no la había llamado loca directamente.
    Por supuesto, pero no pienses que tenemos mucho tiempo. Necesito tu ayuda y apoyo. La presencia de Lucifer sobre la tierra me indica que el tiempo se acaba para mi…—aceptó Liduvel, intentando conservar la calma y no parecer desesperada.
     (continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario