UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 26)








Hola de nuevo, lectores y lectoras.

Se avecina un capítulo intenso y dramático. Lucifer, haciendo caso omiso a las instrucciones de no intervenir, acuciado por el intento del Infierno en pleno de destituirle por sus errores, utiliza a Adrian para provocar una tragedia en el hospital donde están ingresados Teresa y Simón. Sabe que son la debilidad de Liduvel, y que ella incurrirá en un grave error al intentar salvarles. 

La decisión que toma Liduvel sorprenderá a todos los que la observan desde el Lado Luminoso y el Lado Oscuro. Yo de vosotros, no me lo perdería. 

Hasta la próxima entrega, saludos a mis lectores y lectoras de España, Francia, Irlanda, Portugal, Ucrania, EEUU y Nicaragua.


    26.

    Para ejecutar una tarea que no podía considerarse oficial y que de ninguna manera debía conocerse por los altos estamentos del Lado Luminoso, decidió utilizar a un ser humano, siempre tan útil, tan dispuesto a hacer el mal de forma gratuita y sin motivo alguno.
     
    Tenía muchos candidatos para elegir entre los que ya habían inscrito su nombre en el libro negro de los futuros residentes en el Infierno, pero tras un ligero repaso a las posibilidades, fue al mismo Adrián a quien eligió. No le costó ningún esfuerzo convencerle para vengarse a la vez de Lea y de Simón.
     
    A Adrián le bastaba un pequeño empujón o una ligera iluminación para moverse: los suyos le habían abandonado y había dejado de ser el líder del grupo. Recibir en pocos días dos palizas de una chica que había sido su novia, les había parecido suficiente motivo para apartarle del mando y de la pandilla. Incluso su flamante novia Regina, deteriorada ya por el consumo de varias sustancias, le había abandonado aquella misma noche, despreciándole por su debilidad, y se había enrollado con el nuevo jefe de la pandilla, que le garantizaba poder y dosis gratis.
     
    Adrián era un experto en robos y en desastres varios desde tercero de primaria, por eso no le costó nada conseguir el material necesario para su venganza y acceder al sótano del hospital sin que nadie le viera. Reía como un idiota cuando sacó de su mochila los «cócteles molotov» que había preparado con cuidado. Sabía que iba a morir mucha gente además de Lea y Simón, pero eso no tenía ninguna importancia en aquel momento. Ardía en deseos de venganza y el número de muertos solo podía devolverle su prestigio perdido. ¡Lo que iba a presumir delante de aquellos imbéciles de lo que había montado en el hospital! Nunca más le cuestionarían como jefe.
     
    Desde la oscuridad, Lucifer en persona, le indicó con señales más que evidentes el lugar donde podía arrojar los «cócteles molotov» para hacer más daño en la estructura del edificio y provocar más daños personales y materiales, pero no le indicó por donde escapar cuando todo estallara en llamas. Era solo un idiota fácil y prescindible.
     
    Cuando todo estalló en llamas y espantado se dio cuenta de que estaba atrapado, lo último que pensó Adrián fue en lo estúpido que había sido, y en Lea, que le había avisado de que su fin estaba próximo y que debía arrepentirse si no quería conocer el terror infernal que había visto en sus ojos. En su último segundo de vida supo que el fuego que le consumía empezaba en aquel sótano, pero nunca terminaría.
    ¡LEEEEAAAAAAA! ¡ZORRAAAA! ¡MALDITA SEAAAAAAS!— gritó con rabia cuando sintió todo el peso de su error.
    Un instante antes de que se escucharan las explosiones, Liduvel lo sintió desde la segunda planta. Era un calor insoportable que le quemaba las entrañas, seguido por un frío glacial que la dejó sin fuerzas. La propia Lea se quedó sin respiración, absorbiendo lo que ella sentía. Ahogó un grito, pues supo que había empezado un ataque directo de las fuerzas infernales.
     
    Iban a por ella sin permitir que asistiera al juicio, bajo la protección de un Tribunal legalmente constituido. En el fondo lo había previsto, porque había valorado todas las posibilidades. Ella podía defenderse, pero temía que el fuego cruzado afectara a Teresa o a Simón, ya que ambos estaban bajo el mismo techo, en aquel hospital, aparte del resto de pacientes, personal sanitario y visitantes.
     
    (por favor Daniel necesito ayuda esto es el fin vienen a por mi y morirá mucha gente inocente)
     
    (no sé qué hacer Gabriel está reunido y yo no sé qué hacer)
     
    (hay que activar alguna alarma y sacarlos a todos del edificio antes de que el fuego se expanda los ángeles de la guarda de todo aquel que esté bajo este techo deben movilizarse ya te lo ruego avísales es urgente mucha gente inocente va a morir no debían morir hoy se han saltado el protocolo sus almas vagarán sin rumbo porque no les tocaba morir)
     
    (lo intentaré lo intentaré haré todo lo posible no me importa tener las manos atadas esto es más importante que el protocolo)
     
    Buscó algo para tapar a Teresa. Aunque fuera ya no hacía frío, ella estaba débil y no debía resfriarse. Sacó su bata del armario, y empezó a ponérsela sin decir palabra, ante el asombro de la adormilada Teresa, que no le había pedido ayuda para levantarse. Cuando ya salían al pasillo, se escuchó una fuerte alarma y Liduvel esperó haberse anticipado lo suficiente como para salvar todas las personas posibles, aunque quien más le importaban eran Teresa y Simón.
     
    El personal sanitario al completo sintió cómo la sangre se les helaba en las venas. El hospital estaba completamente lleno a aquellas horas, tanto de gente ingresada en las plantas, como en visitas externas en los bajos. Los quirófanos trabajaban a pleno rendimiento. Si la alarma resultaba cierta, sería un desastre mayúsculo. Tomaron la alarma con precaución, mientras pensaban por dónde evacuar a los enfermos.
 
La gente salió a las puertas de las habitaciones, y hubo quien empezó a salir del hospital, a pesar de que no se veía fuego ni humo que lo delatara.
    ¡Repasemos el plan de evacuación mientras nos confirman que no es una falsa alarma!— ordenó la enfermera jefe a las demás, manteniendo la calma.
     
    Entonces se escucharon varias explosiones, que removieron los cimientos del hospital. El plan de evacuación se dio por repasado y todo el personal comenzó a moverse rápidamente como eficaces hormigas.
     
    ¡Los que puedan andar sin ayuda, salgan con calma por las salidas de emergencia! ¡Sigan las indicaciones en el pasillo!— comenzaron a avisar de puerta en puerta, arrastrando a los sobresaltados pacientes y a sus acompañantes.
     
    Cojan los sueros y bajen por las escaleras. No usen los ascensores. Ni siquiera sabemos donde está el fuego— alertaron enfermeras y auxiliares, asomándose a cada habitación. Si los enfermos no tenían acompañantes, intentaban evacuarlos.
     
    ¡Necesitamos todas las sillas de ruedas! ¡Incluso las de las oficinas!—urgieron los celadores, intentando poner a salvo los enfermos con menor movilidad.
    Liduvel no podía perder tiempo en esperar una silla de ruedas. Le dio el suero a Teresa para que lo sostuviera y la cogió en brazos, ante la sorpresa de la mujer, que no creía que tuviera tanta fuerza. Una vez se planteó cómo había movido los muebles para pintar, pero dejó de pensar en ello al contemplar lo bien que había quedado la casa.
    No te preocupes. Te sacaré de aquí—le prometió, sudando copiosamente, no por el esfuerzo, ya que Teresa era muy ligera, sino por el miedo que le transmitía a Lea por la cercanía de Lucifer.
    Atravesó el pasillo, a pesar de la multitud de personas que huían hacia las salidas de emergencia. Vio que el humo comenzaba a llegar al otro extremo. La falsa alarma activada por Daniel se había anticipado unos pocos minutos al verdadero fuego, salvando algunas vidas con ello. Teresa se aferraba a su cuello con un brazo, mientras sostenía el suero con la otra.
    Lea ¿qué pasa? ¿Por qué me habías puesto la bata y hemos salido antes de que sonara la alarma?—preguntó Teresa, asustada, sin saber qué pensar.

    Todo esto es por mí culpa, Teresa. Van a por mí. Pero no permitiré que te hagan daño— confesó Liduvel, empujando a los de delante para que se apresuraran. Muchos de ellos arrastraban los pies. Estaban débiles. Sus cráneos sin cabello se veían brillantes de sudor, pero ella no debía dejarse llevar por la compasión en ese momento. Debía salvar a Teresa. Después ayudaría a los demás. Ella era Liduvel, una diablesa primigenia, y contaba aún con muchos poderes. Imprimiría toda la fuerza posible a Lea.

    Hija... ¿quién va a por tí? ¿Qué has hecho tú?— indagó Teresa, asustada.

    Fugarme del infierno, Teresa. Y eso no se perdona— reveló Liduvel, pero Teresa pensó que estaba hablando metafóricamente.
    En ese instante, Liduvel tuvo la desgraciada (o afortunada) idea de girar la cabeza hacia la unidad pediátrica de oncología. La mayoría de niños estaban solos a aquellas horas, pues sus padres estaban trabajando. Algunos de ellos se habían lanzado a salir de allí, pero otros se mantenían al fondo de la estancia que les servía de aula, como petrificados. Liduvel les miró mientras pasaba, desolada, y se apresuró a sacar de allí a Teresa, porque debía volver a por ellos. No podía confiar en que los humanos se acordaran de rescatar a aquellos desdichados.
     
    (ayuda por favor ayuda esos niños yo haré lo que pueda pero necesito toda la ayuda posible no hay respuesta no hay respuesta ¿es que ahora no pueden intervenir? Por favor por favor no es para mí lo que pido es por ellos)
     
    Liduvel no podía saber que tanto las miradas del Lado Luminoso como del Lado Oscuro estaban fijas en aquel hospital. Los ángeles guardianes intentaban poner a salvo a sus protegidos. Los ángeles oscuros se reían en sus caras, aterrizaban y confundían a los pobres mortales para que corrieran hacia las llamas, arrollaran a sus semejantes o se quedaran paralizados por el miedo sin poder ponerse a salvo. Cualquier acción de Daniel en ese momento se habría hecho demasiado evidente, por eso sufría.
     
    Bajaron tropezando por la escalera de emergencias. El tobillo de Lea se lastimó y Liduvel tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no cayera rodando y arrastrara a otros desgraciados en su caída. Bajo, en la explanada que servía como aparcamiento cuando el aparcamiento vallado estaba lleno, ya se organizaban grupos de médicos y enfermeras que ayudaban a los enfermos y exigían la ayuda de los acompañantes y viandantes sorprendidos para colocarles y tranquilizarles. Liduvel dejó a Teresa junto a un médico.
    Voy a volver ahí dentro, Teresa. Tú quédate aquí, cuidarán de ti. No te pasará nada.—le dijo Liduvel, tocando con afecto su rostro helado.
     
    ¡No, por favor! ¡Quédate conmigo! ¡NO puedes hacer nada, y yo te necesito!— le pidió Teresa sujetándola con sus escasas fuerzas, pues temía no volver a verla.
     
    Hay otros que me necesitan, Teresa, ojalá pudiera quedarme contigo, pero tengo que sacar a los niños, y también a Simón.— le dijo Liduvel, soltando sus manos crispadasSi ÉL quiere que vuelva a tu lado, lo haré. Y cuando lo dijo, miró hacia arriba para hacerse entender. Teresa la soltó, asintiendo, con la terrible certeza de que ÉL no la dejaría regresar a su lado. Siempre tuvo muy mala suerte, aquella buena racha solo había sido un espejismo.
    Liduvel le dio un impulsivo beso en la mejilla y corrió a entrar de nuevo. Teresa arrancó a llorar en cuanto supo que ella no podía verla.
     
    Simón, enyesado y medio inmovilizado como estaba, ayudó a su compañero de habitación, que estaba en peor estado que él, con ambas piernas rotas y escayoladas. Los chicos del equipo que estaban visitándole cuando sonaron las alarmas, no querían o no podían separarse de él. Estaban muy asustados. Pidió a los chicos más mayores que ayudasen a salir a los compañeros más pequeños. Comenzaron a moverse hacia las salidas de emergencia, recogiendo en su camino a una mujer que había caído y no podía moverse debido al pánico. Los pasillos estaban llenándose de humo y tosieron con fuerza. Simón hizo un gran esfuerzo por seguir, incluso por respirar. No podía ayudarse con su brazo roto, pero con el otro brazo y un gran dolor en el pecho por su costilla rota, arrastraba a su aterrorizado compañero, que se asía a él como única tabla de esperanza.
    ¡Vamos, chicos! ¡Vamos! Somos fuertes. Somos el mejor equipo de fútbol del mundo. Ayudemos a los que nos necesitan. Saldremos en los periódicos, chicos, y nos lloverán ayudas. Podremos comprar equipajes y balones nuevos.— les animó Simón haciéndose el fuerte, pero lo cierto es que se sentía miserable por no poder hacer más.
    Los chicos asintieron, pero en ese momento se conformaban simplemente con salir vivos de allí, porque se ahogaban de tos y apenas distinguían el cartel luminoso de la salida de emergencia.
     
    Chocaron contra alguien que entraba precipitadamente, y la reconocieron por sus ojos encendidos y rojos, los mismos que habían visto centellear cuando espantó a los camellos que les vendían droga. Ahora no tuvieron miedo de sus terribles ojos, porque venía en su rescate.
     
    ¿Lea?— preguntaron—Lea ¿donde está la salida?—exclamaron los primeros chicos, que sostenían a sus compañeros más pequeños.
     
    ¡Por aquí, por aquí! ¡Venid todos! ¡Seguidme!—les gritó Liduvel, cogiendo a la mujer que arrastraba un chico, descargándole de tal responsabilidad.
     
    Simón le sonrió débilmente. Verla le llenó de esperanza, porque ella tenía la fuerza suficiente para sacarles de allí. Liduvel sintió pena por él, ya que le vio dolorido y notó que se arrastraba con dificultad y le faltaba el aire, pero aún así no tenía intención de soltar al hombre al que había rescatado. Por ello, Liduvel imprimió toda la fuerza posible a los brazos de Lea, para sostener también a aquel hombre con su brazo libre. Era un gran esfuerzo de concentración, porque los delgados brazos de Lea no eran capaces de arrastrar a dos personas de bastante peso como aquellas. Pero debía esforzarse para que Simón consiguiera salir. Y aprisa, porque los niños enfermos no resistirían mucho tiempo más.
    ¡Venga, Simón! ¡Sé fuerte! ¡Te necesitan! ¡Tienes que vivir! — le urgió ella, mientras el cuerpo de Lea estaba a punto de desfallecer.
    Los dos enfermos que ella sostenía, se miraban con sorpresa. ¿Cómo podía arrastrarlos una chica de apariencia tan frágil?
     
    Liduvel les guió a través de pasillos que no podían ni ver. Los primeros chicos se cogían firmemente a ella, y guiaban a los demás con las manos entrelazadas entre ellos, para no perderse en el espeso humo. Así pudo sacarlos hasta la escalera de incendios y al ansiado aire libre. Vio los reflejos de las sirenas de los bomberos, que se acercaban a toda velocidad, abriéndose paso entre los coches que se habían quedado detenidos para observar el incendio y entorpecer cuanto pudieran. Respiró aliviada, aquellos humanos preparados serían de gran ayuda.
    Ya estáis fuera, campeones. Respirad. Respirad hondo. El humo no os habrá hecho mucho daño, pero si hay botellas de oxígeno libre, pegad una esnifadita ¿de acuerdo?— bromeó ella, dejándoles sentados en el suelo, donde otras personas que no se animaban a entrar en el hospital, les ayudaron a alejarse del edificio.
    Simón la miró con admiración, mientras ella se giraba de nuevo hacia la entrada. La suya era una acción muy heroica, pero estaba arriesgando la vida de Lea, no la suya, que era eterna. La cogió de una mano y la retuvo.
    ¡No vayas, Liduvel! Quizá tú no mueras, pero Lea morirá si entras de nuevo. Te lo ruego. Ya has hecho mucho por los humanos. Seguro que eso contará mucho para regresar a la Luz—le pidió él en un susurro para que los chicos no le oyeran— Por favor, debes conservar su vida.
    Ella negó con la cabeza. Aunque había empezado a respetar un poco a Lea, recordaba a los niños enfermos y no podía quedarse allí por nada en el mundo, ni siquiera por la salvación o perdición de su espíritu inmortal.
    Solo un viaje más. Los bomberos ya están ahí, pero hay niños enfermos de cáncer escondidos en su aula. No les verán con este humo, Simón. No es por sumar méritos. Eso ya no me importa. Pero no hay nada que me entristezca más en todo el universo que un niño enfermo y desamparado— le respondió Liduvel, con los ojos llenos de lágrimas que no provocaba el humo.
    Simón no distinguió ni rastro de la diablesa ante él, sino a un ser compasivo y valiente que quería arriesgar su vida por unos niños que quizá murieran de todos modos, pero que jamás permitiría que murieran de una forma tan cruel.
    Estás hablando como un ser humano, amiga Liduvel, o aún mejor, como un ángel custodio— elogió Simón entonces, con lágrimas en los ojos— Ve con Dios, Liduvel— musitó Simón, de todo corazón, porque presentía que era la última vez que la vería.
     
    ¡Gracias, amigo! ¡En eso estoy!— sonrió ella a través de sus lágrimas. Por primera vez no pegó un respingo cuando escuchó aquel nombre. Incluso ella notó este cambio. Quizá era una señal. Pero por si era la última vez que veía a Simón, se dejó llevar por un impulso y le dio un beso en la boca, para despedirse como debía.
    Liduvel entró de nuevo, a pesar del calor y del humo, y también a pesar de que algunas personas intentaron con todas sus fuerzas hacerla desistir de su empeño suicida. Viendo que no podían con ella, esperaron en la puerta, inquietos por su suerte, mientras empezaban a comentar entre ellos que habían visto como aquella chica sacaba en brazos a una mujer, y después a un grupo de chicos y a varias personas ingresadas. Decían que era una auténtica heroína, y que tenía la fuerza de dos hombres.
    ¡No puedes hacer nada por los que quedan dentro! ¡Hay demasiado humo!— gimió una auxiliar de enfermería con quien se cruzó. Había salido a duras penas del edificio arrastrando fuera a una mujer y a su bebé en una silla de ruedas.
    Los chicos del equipo de fútbol comenzaron a gemir y llorar, y como todos lo hicieron al mismo tiempo, nadie se burló de los demás por hacerlo. Simón les consoló como pudo, y les aseguró que Lea saldría, porque debía verles jugar en el campeonato local, y porque era bastante cabezota para lograrlo.
     
    Daniel había estado todo el tiempo flotando junto a ella y viendo la dimensión del peligro, se materializó. A aquellas alturas ya no le importaba que notaran su intervención, porque muchos demonios estaban por allí enredando cuanto podían. Como espíritu, él no sentía el humo que ahogaba a Lea, la portadora de Liduvel. Por eso la guió como pudo a través de los pasillos. Conocía el objetivo de Liduvel, pero como Simón, pensaba que aquel humo acabaría matando a Lea, que era mortal y ya estaba muy afectada.
    Debes dejarlo, Liduvel. Lea morirá. Y tú serás culpable. Eres responsable de ella... recuérdalo— le pidió Daniel, intentando impedirle el paso cuando el humo se espesó de tal forma que ella se ahogaba de tos.
    Ella negó con la cabeza. Cubrió la boca de Lea con un pañuelo y se esforzó por hacerla seguir. No podía hablar, pero Daniel sabía lo que pasaba por la mente de la diablesa.
     
    (lo sé lo sé me rindo ya no puede más sácala de aquí Daniel voy a salir de ella solo así podré salvarles a todos)
    ¡Pero no podrás volverte a meter en Lea! Y todavía no es tiempo de tu juicio. No nos han avisado. ¿Qué será de tí?— negó Daniel, asustado por la suerte de Liduvel.
    (no hay tiempo para pensarlo dos veces esos niños merecen una oportunidad no morirán entre las llamas no lo consentiré pobres almas tristes)
     
    Liduvel se esforzó por salir de Lea, como se había esforzando por entrar.
    ¡No, por favor!—intentó aún Daniel, antes de ver caer a Lea al suelo, inerte, mientras Liduvel emergía de ella, tan brillante y hermosa como un ángel de luz. Se quedó fascinado, con la boca abierta, mientras se agachaba para coger a Lea en brazos.
     
    ¡Sálvala, Daniel, por favor! ¡Sácala de aquí!— le pidió Liduvel, con su preciosa voz aterciopelada, que parecía música en sus oídos.
    Cuando pudo reaccionar ante tal visión, Daniel sujetó bien a Lea y la llevó flotando a través de los pasillos, hasta que vio llegar a unos bomberos y la dejó en su recorrido, para que la encontraran enseguida. Miró hacia atrás un par de veces mientras regresaba sobre sus pasos para seguir a Liduvel. Los bomberos la habían encontrado, y uno de ellos la sacaba de allí sin dificultad. Él suspiró, aliviado. Lea se salvaría y su muerte no caería sobre la conciencia de Liduvel.
     
    La diablesa buscó con sus ojos perfectos a través del humo. Se cruzó con un viejo conocido, al que había engañado una vez en un callejón, no hacía mucho tiempo. Era un ángel neutro, uno de los que trabajaban para ambos Lados: un Ángel de la Muerte. La miró de soslayo mientras pasaba a su lado, tocando a gente que había caído por los pasillos y se había asfixiado. Supuso que estaría resentido contra ella, por engañarle y no permitir que se llevara a Lea, pero el ángel no le dijo nada. Era un trabajador incansable, discreto y sombrío, que tenía demasiado trabajo para prestarle atención. Continuó flotando por el pasillo, terco e implacable.
     
    También se cruzó en su camino con las almas confusas de humanos, que deambulaban sin saber a dónde ir. Al verla, algunas almas intentaron retenerla, preguntarle hacia donde iban o seguirla, pero ella negó con la cabeza.
    ¡No, conmigo no! ¡Id hacia la Luz, siempre hacia la Luz!— les indicó Liduvel, señalando un inmenso chorro de luz que caía desde lo alto e inundaba el pasillo.
    Se giró varias veces para ver si aquellas almas perdidas se aclaraban y percibió satisfecha que la mayoría alcanzaban el gran chorro de luz, el ascensor hacia la sala intermedia, donde serían juzgados por sus actos y destinados a su lugar definitivo. Pensó con creciente piedad que muchos no lograrían llegar a la Luz definitiva, pues la gran mayoría de sus actos habían sido malvados y egoístas.
     
    Entre los desdichados destinados al Infierno, si eran inteligentes, tenían mucha suerte y jugaban bien sus cartas, saldrían los nuevos numerarios del Lado Oscuro. Los demás se sumergirían en las diversas cámaras de tortura (clasificados según la gravedad de sus errores) y los peores de entre ellos irían a parar al pozo más hondo, el peor lugar del infierno, donde se recibían descargas extras de fuego y sufrimiento con cada rabieta de Lucifer (es decir, muy a menudo). No quiso pensar en ello, pero ahora que pretendía abandonar el Infierno y su identidad de diablesa, le pesaba que fueran tantos los allí destinados.
     
    Las llamas ya se acercaban cuando llegó a los niños de la unidad pediátrica de oncología. Estaban acurrucados en un rincón, abrazados unos a otros. Eran cinco pequeños, y ninguno tenía más de diez años. Algunos habían perdido el conocimiento, otros la miraron con admiración y temor.
    ¡Es un ángel!— señaló un chico, abriendo los ojos tanto como le permitía el humo.
     
    ¡Qué bonito es!— exclamó una niña de grandes ojos verdes, mirándola con éxtasis.
     
    ¡Es el ángel de la guarda!— musitó otra niña, al borde del desmayo.
     
    Os sacaré de aquí. No tengáis miedo— les animó Liduvel, con aquella voz tan hermosa, que les hizo levantarse sin temor ninguno. Ella les cogió a todos, a los conscientes y a los desmayados, y los llevó sin dificultad por los pasillos, flotando por el aire.
    Daniel sonrió al ver que su plan había tenía éxito. Les siguió flotando. Sintió el peligro que se cernía sobre ellos antes de que se produjera, y se abalanzó hacia Liduvel, cubriendo totalmente a los niños que ella portaba. Hubo una explosión y parte del techo del pasillo cayó sobre ellos. Liduvel le miró agradecida, pues en su empeño de rescatar a los niños, no había previsto la explosión. Continuaron su camino de aquella forma, abrazados y con los niños protegidos por sus dos espíritus poderosos, hasta que distinguieron a los bomberos, que se habían retirado ante la deflagración y volvían al ataque en cuanto vieron que las explosiones habían terminado. Entonces Daniel se separó de Liduvel, para permitirle concluir sola su heroica misión y no restarle méritos.
    Señorita, todo el mérito es suyo— bromeó él, intentando no parecer avergonzado, inclinándose ante ella y cediéndole el paso.
     
    Muchas gracias. Eres todo un caballero, humanamente hablando— le sonrió ella, con aquella voz que le hacía derretirse sobre los escombros.
    Uno de los bomberos más avanzados aún pudo distinguirla, brillante entre el humo, bellisima y flotando con los niños en brazos. Pensó que el humo le estaba afectando, y se sobresaltó aún más cuando ella le habló.
    No se detenga por mí. Sáquelos rápido de aquí. Que respiren aire limpio— le urgió Liduvel, con su preciosa voz, llenándolo de una sensación extraña, mezcla de bienestar e inquietud.
    El bombero cogió en brazos a dos niños y llamó a sus compañeros para que le ayudara con los demás. Los niños que aún estaban conscientes miraron hacia atrás cuando les sacaban, para despedirse de su ángel salvador.
    Sed buenos. Ser bueno siempre tiene su recompensa...— se despidió ella, lanzándoles un beso sincero, lleno de amor y piedad por ellos.
    Ellos asintieron fascinados, prometiéndolo de corazón. Tiempo después, ya recuperados, todos los niños reflejaron en sus dibujos infantiles, de forma casi idéntica, un ángel de alas oscuras, cabello rojo y hermosos ojos rasgados de un brillante color rojo. Sus padres y todos aquellos que vivieron el incendio, no dudaron jamás de que se había producido un milagro para que los niños salieran con vida de aquel incendio, pero a todos les extrañaba el peculiar e inquietante aspecto de aquel ángel.
     (continuará)
     

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