UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 6)






Hola, lectores y lectoras. ¿Estáis preparados para la nueva entrega de esta aventura que trasciende mundos y dimensiones? Preparaos, porque hoy tendréis la oportunidad de conocer a otros personajes que son importantísimos para la historia de Liduvel, tal como os prometí en la anterior entrega.

Para aquellos y aquellas que vean con extrañeza el cambio de color de las letras, les explicaré que todas aquellas escenas que se desarrollen en el Lado Luminoso o Cielo, aparecerá en tono azul. Lo que transcurra en el mundo físico o Tierra, será en color negro, y las escenas desarrolladas en el Lado Oscuro o Infierno, lo leereis en color rojo. La elección de colores nada tiene que ver con temas políticos, ja ja ja. Por un lado, responden a la iconografía clásica del color del cielo y del fuego del infierno, y por otra parte es mi pequeño homenaje a otra gran historia escrita en dos tintas, "La Historia Interminable" de Michael Ende, la cual, por cierto, recomiendo. La compré para mis hijos y terminé enamorada de este canto al maravilloso mundo de la fantasía.

Por otra parte, este capítulo será un punto de inflexión en la historia, pues Liduvel sufrirá las consecuencias del odio despertado por la actitud de Lea en sus días de drogadicta, y recibirá el apoyo incondicional de Teresa; recuperará la amistad de Alicia, que siente la injusticia sufrida por su antigua amiga; provocará la admiración de Daniel, un personaje muy especial y despertará la curiosidad de Gabriel. Todos ellos serán fundamentales para los planes de fuga de esta diablesa tan especial...

Disfrutadlo y hasta la próxima entrega, mis queridos/as lectores/as.


6.
    Por increíble que pareciera, no fue la compleja y eficiente red administrativa infernal quien primero advirtió la extraña fuga. Fue un alma humana a prueba, un humilde numerario del Lado Luminoso que esperaba llegar a ser un día un ángel custodio, quien se dio cuenta de que ocurría algo extraño en la zona donde trabajaba.
    Se esmeró en redactar un completo informe, que al principio pasó inadvertido para todos, menos para los ojos atentos de Gabriel, que lo detectaron olvidado sobre la mesa de un coordinador de prácticas que quizá no mereciera su puesto privilegiado. Lo leyó atentamente ante el estupor de sus inferiores, quienes no solían ver a superiores rondando por allí, y mucho menos interesándose por informes de humildes numerarios meritorios. Se asombraron aún más cuando solicitó hablar con el numerario que redactó el informe.
    Éste se presentó muerto de miedo. De haber estado vivo, estaría sudando copiosamente, pero Gabriel le trató con amabilidad, como si no fuera un cargo infinitamente superior, haciéndole sentar y tranquilizar.
    Daniel ¿verdad? Aspirante a ángel de la guarda… una aspiración muy elevada... y un difícil cargo. La gente ya no escucha a sus ángeles...—inició Gabriel con voz tranquilizadora, mirándole con curiosidad. Conocía toda su historia (incluidas sus anteriores vidas, de las que Daniel no guardaba recuerdos) solo con mirarle.

    Sí, señor. Pero no me importan las dificultades. Cuando caminaba sobre el mundo... bueno, «caminaba» es un decir. Yo era parapléjico, como bien sabrá... y no me rindo fácilmente, señor—asintió él, sintiendo enseguida que hablaba de más. Por supuesto que Gabriel conocería ya su pasado.
    Gabriel no le miraba como quien mira a un pesado ni a un lenguaraz. Penetraba en él con su profunda y cálida mirada, pero esta invasión a lo más profundo de su ser, no le causaba ningún temor.
    Por supuesto, pero por favor, háblame de tu informe, Daniel. ¿Qué crees que ha ocurrido con Teresa Esteban...?—preguntó Gabriel, interesado.

    Verá, señor. Resumiendo mucho para no hacerle perder su valioso tiempo: la pobre alma de Teresa Esteban estaba atormentada por multitud de razones: su pasado penoso, su hija drogadicta, su cercana muerte... y... de repente, la encuentro cantando a todas horas himnos de alegría, prende velas en la iglesia agradeciendo todos los favores recibidos, ríe y llora a la vez cuando reza. Todos los días LE agradece el milagro. «El milagro», señor ¿se da cuenta? Todo ha cambiado en su vida. Es... completamente feliz... y en teoría, analizando el protocolo de su destino, no debería ser así. No debería existir ningún «milagro». Es terriblemente cruel y lo siento muchísimo por ella, pero Teresa debía haber muerto atormentada por abandonar este mundo dejando en tal estado a su hija...—explicó Daniel, intentando hablar con claridad, sin tropiezos—Lo cierto es que incluso su salud ha mejorado... verá, señor, es todo muy extraño, lo que expresé en mi informe es que de ningún modo cumple el protocolo de destino marcado para ella...
    Gabriel asintió, pero quería escuchar más. Estaba muy intrigado.
    Sí que es extraño, pero todo eso se reflejaba ya en tu informe. ¿Hay algo más que sepas o... intuyas sobre este caso y que no hayas querido reflejar por escrito, por miedo o inseguridad? Puedes hablar en confianza. En caso de que te equivocaras, no contaría como fallo... Sin embargo, Daniel, si aciertas en tus pronósticos... te supondría un aumento de nivel significativo. Para ser ángel de la guarda necesitas de toda la ayuda posible—le animó Gabriel, intuyendo que se había quedado algo en el tintero, por la excesiva timidez o humildad del numerario, algo que no era negativo en absoluto.

    ¿Ah, no? Estupendo, señor, porque tengo una teoría, pero humildemente no me atrevía a exponerla... es algo… atrevida...—farfulló Daniel, pero al ver que Gabriel parecía impaciente por conocerla, se obligó a calmarse y continuóCreo que su hija... no es realmente su hija. Hubo un... intento de suicidio de la joven Lea Pineda... que por cierto tampoco estaba previsto… Lea debía morir un poco más adelante, a causa de la droga, y por añadidura he comprobado que el día de su suicidio no programado… un ángel de la Muerte regresó sin su alma. Consta en el informe de sus servicios de aquella noche que un ángel oscuro le dijo que había habido un cambio de planes. Lea Pineda no regresó de aquel callejón oscuro. Pero... pero si fuera alguien maligno quien ocupó su lugar... lo cual sería lo más lógico según los indicios... por ejecución de posesión infernal, ya sabe, el objeto de la posesión es... simplemente atormentar... tanto a la poseída como a su entorno, en este caso la madre, nuestra infeliz Teresa Esteban... y poner a prueba la fe… Sin embargo, esa... llamémosla «falsa Lea» para entendernos, está actuando impecablemente, haciendo inmensamente feliz a Teresa, tan feliz que incluso mejora su salud... y ésta cada día LE agradece que su hija haya cambiado así...—explicó Daniel moviendo las manos con nerviosismo, por si acaso Gabriel pensaba que su teoría era una tontería Por supuesto, queda absolutamente descartado que la posesión se haya llevado a cabo por algún miembro del Lado Luminoso. Simplemente es impensable, pero la «falsa Lea» actúa exactamente como si lo fuera...
    Gabriel asintió. En verdad la teoría de Daniel parecía descabellada. Nunca antes había ocurrido algo así, pero eso no quería decir que fuera imposible. Palmeó el hombro de Daniel, con familiaridad.
    Estudiaré tu teoría, Daniel. Ciertamente es un caso muy extraño, que requiere una completa investigación. ¿Quieres sumar méritos adicionales?—le ofreció Gabriel, meditando un instante sus palabras.

    Sí, señor, por supuesto. Me encantaría colaborar en esa investigación—saltó Daniel, y al punto se calló, pensando que se había precipitado.

    ¡Bien! ¡Buena intuición, Daniel! Sí, en efecto, eso había pensado. Desciende al mundo y comienza un seguimiento, con imágenes incluidas. Mi ayudante Barel te revelará el protocolo para este servicio especial. Necesito un estudio de varios días, semanas o incluso meses, en contabilidad humana, para hacerme una idea de lo que está sucediendo realmente. En todo caso, Daniel, ya has sumado buenos méritos por tu observación y aplicación de tu preclara intuición. La mayoría de los aspirantes se limitan a hacer bien su trabajo, sin arriesgarse a elaborar teorías...—elogió Gabriel, calmando un poco a Daniel, vivamente impresionado por su interlocutor.

    ¡Sí, señor! ¡Gracias, señor! Lo haré lo mejor posible—asintió Daniel, encantando y a la vez presionado por trabajar codo a codo con el gran Gabriel, gran arcángel y mensajero SUYO en persona. 
     
    Ella sintió que su fuga había sido descubierta al fin, pero no hubo fuego infernal que chamuscara sus alas, rayos y truenos agitándose a su alrededor, demonios guardianes que vinieran a detenerla y encadenarla... ni siquiera una simple bronca. Sólo percibió una presencia extraña revoloteando a su alrededor. La notaba en el instituto, en su barrio, e incluso a veces dentro de su casa. No podía verle pese a sus poderes y empezó a inquietarse, pues aquel espía podía ser del Lado Luminoso o del Lado Oscuro, lo cual variaba mucho. A falta de información sobre este punto, continuó portándose ejemplarmente, tanto que en el instituto comenzaron a pegarle por los pasillos y en los servicios, como solía suceder en estos casos. 
     
    Un día, la cosa llegó a mayores y una multitud se reunió contra ella, la rodeó y la golpeó sin piedad, mientras ella se cubría como podía, protegiendo el cuerpo de Lea, y luchaba consigo misma para no reducir a todos aquellos idiotas a cenizas. Requerida por el Director, ya que había testigos que afirmaban que ella había empezado, ella se sentó ante él, dolorida, frotándose las partes lastimadas que ya presentaban rojeces y moretones.

    A los chicos les repatea que no responda a sus provocaciones. He decidido portarme bien y no responder a su violencia, por eso se han envalentonado, y están haciéndome pagar lo que Lea hizo en el pasado. En fin, que es como una penitencia... lo cual no por lógico es menos doloroso, créameexplicó ella con aire resignado, secándose la sangre de aquella nariz maltrecha con un pañuelo de papel.
    El Director no sabía como responder. Tenía cierto sentido lo que decía, pero él solo tenía ganas de perderla de vista.
    No creo que eso sea cierto. Conociéndote, algo les habrás hecho para que se ensañen de esa forma. De todos modos, tanto si tienes razón como si no, a modo de medida preventiva... y a falta de que el Consejo Escolar decida qué hacer contigo, quedas expulsada durante tres días. Y reflexiona sobre tu situación, si quieres continuar tus estudios. Esto no puede seguir así... eres como un volcán latente, que puede estallar en cualquier momento. No puedo permitirme una alumna como tú... con la buena fama que este centro se ha ganado a pulso durante décadas...respondió el Director, esperando una reacción, cualquiera que fuera.
    (perderá la buena fama si saben que aquí permiten y aplauden el bulling la compasión no es lo tuyo ¿verdad? Arderás en el infierno pese a la buena fama de tu puto instituto)
    Sí, señor—asintió ella, sin alterarse¿Algo más?

    Nada más, puedes irtese extrañó él de su absoluta tranquilidad.
    Ella salió del despacho, dolorida y cojeando, pero sin decir palabra. Se sentía un poco decepcionada, aunque ya sabía que la justicia humana no existía. Fue a su clase y chocó con las risitas de sus compañeros. Algunos de ellos habían participado en la tangana de palos. El profesor de Historia, quien pensaba que Lea se burlaba de él porque discutía con ardor sobre los acontecimientos históricos que ella había vivido en persona, se alegró de verla recoger sus cosas con aquel aire derrotado.
    Veo que te han expulsado. ¿Cuánto tiempo?—le preguntó, provocando comentarios siseantes entre alumnos y alumnas.

    Tres días. Pero me voy para siempre. Volveré a empezar en otro sitio, señor. Aquí no se olvida lo que hizo la Lea Pineda del pasado y los chicos han hecho bien su trabajo, colaborando activamente con ustedes para expulsarme. La ganada buena fama de este instituto no debe sufrir por la presencia de una ex drogadicta—respondió ella con voz tenue, sin levantar la voz ni un poco, mostrándose tan patéticamente resignada porque se sabía vigilada por alguien y no debía mostrar ira.
    Recogió todo y se marchó sin decir más. Los comentarios fueron seguidos por un silencio atronador, incluso del profesor. Alicia fue la primera en hablar. Le dolía mucho aquella derrota. Ella no quería ningún mal para Lea, porque la había visto tan cambiada que creía que merecía otra oportunidad. No todos podían salir del abismo como ella parecía haberlo conseguido.
    ¡No es justo! NO se le ha dado ni una oportunidad. Había cambiado... ¡y de qué forma! Lo que se ha hecho es enviarla otra vez de vuelta al infierno...—defendió Alicia en voz alta para que toda la clase le escuchara. Los chicos duros le abuchearon, aunque en el fondo todos pensaban igual. 
     
    Nadie ha cambiado, Alicia. Los drogadictos no quieren ni pueden salir de ese mundillo. Sólo llevaba una máscara para engañarnos a todos. Que se vaya, todos respiraremos más tranquilos—respondió friamente el profesor, sin piedad.
    Los chicos se callaron de golpe. Algunos pensaron que si cometían el error de caer en las redes de la droga (al menos tanto como Lea, porque ellos también jugueteaban en mayor o menor medida con ese mundillo) no se les daría la menor oportunidad para salir y volver a la normalidad. Ese era el mensaje que los mayores pretendían transmitir, y ellos habían contribuido como idiotas a que los profesores impartieran una lección magistral, utilizando como ejemplo y chivo expiatorio a Lea Pineda. Por primera vez se sintieron utilizados.
    ¡No es justo! Yo soy la primera que me he equivocado con ella. Hablaré con el Director—exclamó Alicia, levantándose. No esperaba que nadie se levantara en rebelión, como sucedió en realidad, pero eso le daba igual.
    Salió de la clase ante el asombro de todos, ya que la había criticado y abandonado a su suerte tanto como los demás, pero al menos tenía a su favor que no había participado activamente en el último linchamiento. 
     
    Daniel tomó nota de todo lo que había visto y oído. Era asombroso. Una mártir auténtica, que sufría en silencio las humillaciones y los golpes, y que abandonaba el instituto, rendida a la evidencia que acabarían matándola en mitad del patio y aquellos chicos se condenarían sin remisión por ello. Así lo consignó en su informe, realmente impresionado por su actitud. Sobre todo si la criatura que habitaba dentro de Lea... era lo que él pensaba.

    Aunque no quería preocupar a Teresa, su aspecto lamentable y hundido hablaban por ella. Después de curar sus heridas y aplicar pomada en sus moretones, Teresa se apresuró a visitar al Director, indicando que – aunque conocedora del mal comportamiento de su hija en el pasado – ésta había cambiado y se merecía una oportunidad. Advirtió que no descartaba dar parte a Servicios Sociales, al Servicio Territorial de Educación o incluso a los medios de difusión, para que todo el mundo supiese que en aquel centro no se le daba una oportunidad a una persona que, con gran esfuerzo, estaba dejando las drogas por sí sola, meritoriamente, sin precisar de la ayuda de tratamientos, e intentaba desesperadamente volver a la normalidad. Todo esto lo dijo de carrerilla, intentando no elevar la voz, aunque estuviera realmente indignada. Teresa hubiera sido una gran oradora de haber recibido mayor formación, porque su apasionada defensa de la que ella creía su hija, dio de lleno en el blanco.

    El Director ya había recibido con muchas reservas el testimonio de Alicia, que juraba que Lea no había provocado a nadie, pero que los chicos la torturaban porque no la querían allí y ella no se defendía, por lo cual se había convertido en una víctima ideal, incluso para los que no tenían nada contra ella. No reveló los nombres de los que habían participado, pero dijo que la mayoría de ellos – casualmente – tomaban habitualmente drogas, por lo cual eran los que menos podían juzgarla.

    El Director, mordiéndose los labios, tuvo que renunciar a su ansiada paz interior, y quizá incluso a la buena fama de su instituto, y se rindió a la evidencia. Decidió que Lea podía regresar al día siguiente a clase. 

    (continuará)
     

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 5)


Continuamos con las andanzas de Liduvel, una diablesa muy especial, fugada de las filas infernales y con vivos deseos de demostrar que puede volver a ser un ángel de luz.

Dispuesta a conocer mejor a  Lea y el mundo que la rodeaba, empieza por contactar con su ex-novio y su ex mejor amiga, quienes actualmente son pareja, y comienza a sufrir en el instituto las consecuencias de la mala fama que ganó en sus últimos días en el centro. 

Disfrutad de este quinto capítulo y esperad a ver el sexto, pues aparecerá varios personajes fundamentales para la historia. 

¡Hasta entonces, lectores y lectoras!

5.
    La chica rubia que no quería verla a su lado, siempre la observaba de lejos. Ella ya sabía de qué la conocía Lea. También supo quién era el chico que venía a buscarla a veces. Él ya había terminado bachiller y estaba en la Universidad. Él (se llamaba Alex) había sido novio de Lea, antes de que ella se perdiera en el abismo y él la dejara caer, abandonándola a su suerte (qué curioso, una vieja historia muy conocida). La chica que no quería que se le acercara se llamaba Alicia. Desde los primeros cursos del colegio había sido la mejor amiga de Lea (pero olvidó pronto su antigua amistad para abandonar a Lea y liarse con su novio, por lo visto). Curiosamente, sentía lo mismo por ella que hubiera sentido Lea si aún caminase sobre el mundo: un profundo rencor por su traición. Pero sobre todo odiaba a Alex, porque las almas gemelas no deben abandonar a su parte complementaria nunca, ni en lo bueno ni en lo malo.
    Entonces cayó en la cuenta del motivo que había provocado su súbito acceso de ira, y pensó que no debía juzgar a dos chicos asustados que nada tenían que ver con su propia historia, con el rencor que sentía hacia el maldito Axel, que la abandonó hacía eones. Por eso desistió de su acuciante deseo de torturarles con sus poderes. Por eso y porque hubiera significado puntos en contra.

    Ambos la miraban de lejos, temiendo que se acercara. Susurraban entre ellos, mientras se alejaban cuanto antes del Instituto en su coche de segunda mano. Un día ella decidió que ya estaba cansada de jugar al gato y al ratón, y deseó, de forma traviesa, jugar a ser Lea por un momento.
    ¡Hola, chicos...!—les saludó, sobresaltándoles, pues había llegado silenciosa, como una fiera al acecho.

    Hola, Lea...—respondió Alex, irguiéndose con todo su valor, pero mirándola a los ojos con cierta culpabilidad. Un gesto casi imperceptible le movió a situarse entre las dos chicas, como protegiendo a su actual novia. Ella sonrió por su gesto caballeroso.
    (protege a tu chica de la loca furiosa que puede sacarle los ojos con una cuchara por ser una zorra traidora no no no digas eso ni lo pienses porque puede puntuar negativamente )
    Hola, Lea—la saludó Alicia, soltando de la cintura a Alex. Otro gesto disimulado que no pasó por alto para su vista experta.
    (como si no os hubiera visto ya comiéndoos la boca será tontita esta chica)
    No os preocupéis por mí, seguid con vuestro encantador romance. No me importa, en serio. Ya no soy la misma persona. He cambiado bastante... por si no lo habíais notado—dijo ella arrastrando las palabras con una gran sonrisa, para romper el hielo. Para demostrarlo, abrió los brazos y dio una vuelta alrededor de sí misma. Llevaba ropa de vivos colores, su peinado había cambiado (en un estado pésimo pero normal para haber estado enganchada a diversas drogas y haber caído en coma por una sobredosis) y no iba maquillada con aquellos horribles tonos negros en ojos, labios y uñas. Se parecía a la antigua Lea (la buena chica de la que se enamoró Alex) pero con un cierto toque de maldad en sus ojos y un tono zalamero que sonaba extraño en la voz de Lea.
    Su despliegue de encanto no funcionó con ellos. Estaban a la defensiva y podía oler su miedo. Temían su justo deseo de venganza.
    Me importa un carajo lo que pienses de nosotros, Lea. Tú fuiste la que nos dejó. Te molaba la marcha de esos cabrones y te convertiste en uno de ellos. No me vengas ahora con «morritos» y «penitas» de niña abandonada—masculló Alex, haciéndose el valiente, pero con aquella culpabilidad bailando en sus ojos. Ella valoró mucho aquella muestra de valor.

    Claro que te importa, y mucho, pero si quieres mentir, allá tú. Los dos pertenecéis al pasado de una Lea que ha muerto de sobredosis. Pero aún queda algo de ella aquí dentro—señaló su corazón, para hacerse entender He ido recuperando recuerdos, y sé que vosotros la acompañábais en el mismo rollo que la llevó a caer. Algún coqueteo con los porros, alguna pastilla en la discoteca, alguna «ayudita» para pasar la noche estudiando sin cansarse... pero cuando todos decidisteis ir un poco más allá y probar algo duro de verdad, vosotros dos os echasteis atrás, y no la avisasteis, ni siquiera intentasteis sacarla a tiempo. Os quedasteis en el lado bueno ¿verdad? Visteis como ella caía sola, asistiendo al espectáculo cómodamente sentados en el patio de butacas...—musitó ella con un hondo rencor que no pertenecía a Lea, sino a ella misma, clavándoles aquella mirada helada que les petrificó. Tenían miedo, pero Alex no permitió que le intimidara ante Alicia.

    ¿Por qué hablas como si no fueras Lea? ¿Qué coño te pasa? ¿Te has quedado idiota?—aún tuvo valor para replicarle él.
    (los chicos siempre tan valientes a pesar de que se muere de miedo tiene que quedar bien delante de su enamorada)
    ¡Yo no soy Lea! ¡A ver si te enteras! ¡Lea está muerta o casi muerta! Sé que te dará igual, porque tú no la querías lo suficiente. Por eso la abandonaste. Pero eso me importa una mierda, Alex. Viví esto hace mucho tiempo y atravesé un infierno tras otro por culpa de un traidor igual que vosotros. En realidad, vuestra pequeña traición es una tontería de críos... comparada con lo que he vivido yo durante eones—les confesó ella con ira mezclada con una profunda tristeza que tampoco pertenecía a Lea, sino a ella.

    Dicho esto dio media vuelta y se marchó antes de fulminarlos con una mirada, como podía haber hecho, porque no era justo que dos inocentes pagaran por el pecado que otro cometió.
    (nunca me gustó que pagarán justos por pecadores qué clase de justicia es esa seguro que eso no lo inventó ÉL sino algún capullo que decía hablar en su nombre eso no era digno de ÉL)

    Entonces se apartó de ellos y decidió que no volvería a hablarles, en nombre de Lea, hasta que movieran pieza en el tablero y le pidieran perdón. Si ellos cumplían con su parte y hacían propósito de enmienda, también le daría puntos para su proyecto. Ambos se miraron, sin saber que decir mientras ella se alejaba. 
     
    Nunca había dejado de pensar en Axel en todo aquel tiempo. Después de maldecirle mil veces y descargar contra su recuerdo todo su odio y frustración, había llegado a la conclusión de que él no la amaba, pues de lo contrario la habría avisado con tiempo para que no secundara la Gran Rebelión, o habría caído junto a ella para no abandonarla.

    (si me hubiese amado como yo a él no me hubiera abandonado como Alex no hubiera abandonado a Lea es así de fácil si tu caes yo caigo contigo es la ley de las almas gemelas)

    Este pensamiento la sumió en una tristeza antigua que nunca llegó a desaparecer, ni siquiera se había difuminado después de tanto tiempo. Se marchó a casa arrastrando los pies, pensando que ya nunca hallaría su alma gemela.


    El profesorado continuaba observándola, y cada uno pasaba informes semanales sobre ella al Director. Se reunían en la Sala de Profesores y comentaban con extrañeza todas las novedades. Lea Pineda se había puesto al día con inusitada rapidez, como demostraban los controles; hacía los deberes; se portaba bien en clase; había recuperado varias asignaturas pendientes y obtenía notas brillantes (excepto cuando le daba la vena creativa en los exámenes de historia y desmentía lo que ponía en el libro). No se relacionaba con ningún alumno, aunque la habían visto hablar en una ocasión con Alicia Catalán y con su novio, un antiguo novio suyo y ex-alumno del instituto. No hubo brotes de ira ni violencia. Parecía otra persona.
    Continuad observándola. Algo hará para que la expulsemos de una vez por todas. Esa chica me pone los pelos de punta...—señaló el director.
    Los demás ahogaron una risita con toses o apartando la cara, pues el director no disponía de mucho pelo para ponerse de punta.


    Ella conocía la conspiración y sentía que la acechaban. No pensaba dar ni un motivo para la expulsión. No cedió a las numerosas provocaciones que comenzó a sufrir por parte de los alumnos, cuando empezaron a atreverse con ella. Sabía que en cualquier momento podría soplar sobre ellos y convertirlos en cenizas, por eso se reía en su cara cuando la insultaban. Sentirse aún poderosa, pese a su funda humana, era una garantía de seguridad. En cualquier momento podía ejercer sus poderes para defenderse, pero no le convenía llamar la atención. Aún no había recibido noticias del infierno. En mucho tiempo (en contabilidad humana) nadie se había dado cuenta de su desaparición y seguía acumulando méritos, tanto en casa como en el instituto. Por eso soportaba humillaciones y malos tratos. Ser mártir otorgaba muchos puntos. 

    (continuará)
     

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 4)








¿Queréis saber cómo le va por el mundo a nuestra fugitiva Liduvel? Vamos a ver otro capítulo de sus andanzas sobre la Tierra. En esta ocasión, ya bastante recuperada, debe enfrentarse a la pasada vida de Lea y regresa al Instituto, tomando contacto con profesores y alumnos que guardan un pésimo recuerdo de los últimos días de Lea en el centro. En próximos capítulos veréis que las cosas no serán tan fáciles para Liduvel y sabrá que, a veces, el Instituto es un nuevo Infierno.


Por cierto, a los despistados que no hayan leído las aclaraciones expuestas en la primera entrega, les recuerdo que esta obra está registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual con el número de asiento  09/2005/353, asi que disfrutadla, pero no la pirateéis ¿de acuerdo?

¡Hasta la próxima, lectores y lectoras!

    4.
    A los pocos días, Teresa pensó que Lea estaba muy recuperada y debía volver al instituto. No se atrevía a abordar el tema, pero al fin se decidió. Debía terminar sus estudios secundarios, incluso podía pensar en acceder a la Universidad. Antes de caer en la droga había sido buena estudiante, no especialmente brillante, pero no había perdido curso. Incluso el final del curso anterior y el principio del actual los había llevado con relativa dignidad, a pesar de suspensos y bajas notas. Era inteligente y despierta, y por eso albergaba esperanzas de tener una hija universitaria. No sabía cuánto tiempo le quedaba de vida, pero se conformaría con verla encaminada en sus estudios, con una expectativa de futuro mejor que la suya.
    Apenas inició la conversación, titubeante, ella sabía lo que quería decirle Teresa. Intentó superar la pereza que la invadía, debido sobre todo a la debilidad física de Lea.
    Sí, de acuerdo... Iré al instituto. No me hace falta, pero si eso te hace feliz, iré...—prometió ella, cuando la dejo hablar lo suficiente para que no supiera que era capaz de leerle los pensamientos. No quería asustar a Teresa.
    ¿De verdad? ¡Estupendo! Buscaré tus libros... los recogí del patio de luces cuando tú... ya sabes, cuando los tiraste...y los arreglé. Y también tengo tu... ropa antigua... La guardé por si algún día...—indicó ella, señalando tímidamente hacia su habitación. No quería acusarla de nada, ni recordarle aquellos días terribles, pero quizá Lea no lo recordara, pues estaba cegada por la droga.
    ¡Ah! ¿Tienes ropa que no sean todos estos trapos negros? ¿Es de colores alegres? ¡Enséñamela...!—se alegró ella, levantándose de la cama con cierto esfuerzo. Le dolía todo aquel maldito cuerpo, pero se esforzó.
    Teresa se rió a carcajadas. Su hija deseaba ver su ropa de colores. Debería arreglársela. Lea se había recuperado considerablemente en aquellos días de reposo, buena comida y abstinencia, pero aún así pesaría unos diez kilos menos que cuando la usaba. Sacó de su armario los libros y la ropa, guardados hacía tiempo con esperanzas de que algún día volverían a ver la luz. Ella se probó una cosa tras otra con entusiasmo real. Le gustaban los colores vivos, y también los suaves, pero estaba harta del negro.
    Mientras la madre parloteaba y ponía agujas para arreglar aquellas prendas, ella sintió que algo flotaba en el ambiente. Lo analizó y supo que aquello podía ser amor. Aquella mujer valiente quería lo mejor para su hija, y ella recibiría aquel amor incondicional en lugar de la zorra desconsiderada de Lea. Se sintió especial y amada, aunque todo fuera fruto de un engaño.
    Eres una buena madre. Te mereces lo mejor...—le dijo ella arrastrada por un impulso. Instintivamente la abrazó, haciendo llorar a Teresa, que no estaba acostumbrada a aquellas muestras de cariño. Ella disfrutó de aquel calor que no quemaba, el que sentía cuando hacía algo bien. Lo tomó como una señal de que marcaba un punto de mérito.
    Teresa sonrió entre lágrimas, mientras la huésped de Lea se sentaba a ojear sus libros, con una sonrisa torcida. Entre dientes musitaba: «esto ya lo sé» «esto es mentira» «qué fuerte» «¿en serio?» «¿aún se creen esto?» Teresa no le dio ninguna importancia a sus comentarios. Era demasiado feliz para pensar que su hija pudiera estar desequilibrada.
    La vuelta al instituto se le antojó un poco complicada. Aunque buscó en los archivos de memoria de Lea, no halló gran cosa, quizá porque no asistía mucho a clase. Miró a su alrededor y nadie la saludaba, por lo cual intuyó que no querían relacionarse con ella. Con su fino oído captó algún comentario, que le aclaró un poco las ideas.
    (cómo se atreve a volver después de todo lo que hizo está fatal nada más hay que mirarla volverá a caer todos caen ojalá se hubiera muerto)
    Sonrió de forma retorcida. Los chicos y chicas no mostraban ni un gramo de piedad o compasión por Lea. Debía haber sido terrible su estancia en el instituto y todos la odiaban. De forma que, para averiguar dónde debía ir en aquel momento, se decidió a hablar con el Jefe de Estudios. Ese camino si que lo conocía Lea, ya que lo debía haber recorrido castigada más de una vez. Llamó educadamente y se asomó. El Jefe de Estudios cambió radicalmente su expresión al verla.
    ¡Señorita Pineda! ¿Usted por aquí? ¿Por qué se ha molestado en volver?—intentó bromear, mientras se acomodaba en su sillón, aguardando cualquier tipo de reacción sentado en su trono.
    Buenos días, señor. Sí, ya estoy mejor, gracias. Pero resulta que... no sé a qué clase debo entrar. Ya sabe, «problemillas» de memoria derivados de las adicciones. Supongo que no tiene buen recuerdo de la antigua Lea Pineda, pero eso va a cambiar. Yo estoy ahora en su lugar, yo llevo las riendas y me portaré bien... se lo prometo—le saludó ella, sonriente, sentándose con soltura ante él.
    Para no incurrir en la mentira, ella no se hacía pasar por Lea, ni llamaba mamá a Teresa. Ésta ya estaba acostumbrada a que hablara en tercera persona, pero al Jefe de Estudios le chocó bastante. La miró con los ojos entornados. ¿Estaba burlándose de él? Seguramente. Nadie cambia de aquella forma de la noche a la mañana. Ni siquiera la Lea-Pineda-buena-chica había cambiado de forma tan repentina al caer en la droga. Fue un cambio progresivo que se veía venir, a lo largo de un duro año de decadencia.
    ¿Se portará bien? Bueno, dejando aparte el triste episodio del destrozo de la cafetería y del salón de actos, y dado que el seguro cubrió todo... olvidando que agredió usted a varios profesores y alumnos, pero a nadie de una forma grave… una vez cumplido el tiempo reglamentario de expulsión, que se ha prolongado un poco más de la cuenta – lo cual no nos ha molestado en absoluto- y aunque no se la encerró en el reformatorio como merecía, en gran medida por respeto a su pobre madre, que no tiene culpa de nada... actualmente no me hace un buen efecto que hable de Lea Pineda como si hubiera muerto y usted ocupara su lugar. ¿Tiene algún problema? ¿La ve algún psicólogo? Entiéndame, señorita. Puedo parecer cruel, pero no quiero por nada del mundo perjudicar al resto del alumnado de este centro...—le dijo él sin pelos en la lengua, cruzándose de brazos e intentando distinguir en ella burla o lo que era peor, locura.
    Ella captó el ambiente cortante. Por ello debería mentir o ser más sutil con aquel hombre implacable. Un paso atrás quizá, pero no había más remedio.
    ¡Ya! Verá señor... le explico. Desde que sufrí una sobredosis... metafóricamente acostumbro a hablar así: una chica mala ha muerto y en su lugar ha nacido una buena chica. Ya sabe... lo he tomado como una especie de renacimiento, es parte de la terapia, ¿sabe?—le explicó ella, esbozando una gran sonrisa, acompañada de gestos grandilocuentes que no tranquilizaron en absoluto al Jefe de Estudios.
    (te contaría muchas cosas sobre terapias raras pero así me tomarías por una auténtica loca de forma que te conformas con esta mentirijilla que espero que no cuente como falta grave para mi curriculum)
    Veremos. La estaré observando, señorita Pineda—miró un instante en su ordenador Ahora sus compañeros están en clase de matemáticas. Segundo piso. Pasillo izquierdo. Quinta clase a la derecha, por si no lo recuerda—la informó él mecánicamente, sin dejar de observarla.
    Muchas gracias. Que pase un buen día...—se despidió ella, dejándole en suspenso.
    Pero él no tenía nada claro. Apenas cerró la puerta, telefoneó al Director del centro y corrió a ver a los profesores que estaban en la sala, sin dar clase a esa hora, para avisarles del regreso del monstruo.
     
    (Destrozos en cafetería y en salón de actos agresión a profesores y alumnos bien bien diablillo te portaste como una auténtica poseída antes de que yo llegara ya te lo dije hubieras sido una genial numeraria aún puedes serlo si fracaso y te dejo aquí tirada morirás y te irás derechita al infierno por mucho menos de eso se ha condenado a gente deberías pensártelo dos veces la estancia allí no es precisamente un hotel de cinco estrellas ja ja ja ja ja)
    Mientras buscaba su clase, buscó en los archivos de memoria de la inerte Lea aquellos recuerdos, y al hallarlos supo que el mismo infierno se abrió bajo el instituto aquel día, poco antes de Navidad (qué apropiada la fecha de paz y amor). Le faltaba su dosis y esperaba a un colega en una plaza cercana. Su colega no llegó. No hubiera pisado el instituto, por el que no solía ir últimamente, pero le dijeron que el tipo estaba por allí, pasando mercancía. No la dejaron entrar porque intentó acceder cuando las clases ya habían empezado. Golpeó la puerta a empujones y patadas hasta que los celadores la amenazaron con llamar a la policía. Después, cuando pudo entrar en un descuido, buscó por todo el instituto sin encontrar a su colega. No sé dio cuenta del feroz aspecto que tenía, como un lobo en busca de su presa. Todo desdichado que se cruzó en su camino era empujado o tirado al suelo. Un profesor intentó llamarle la atención en la cafetería y ella le arrojó una silla, rozándole y rompiendo sus gafas. Allí mismo derribó a tres alumnos de los más jóvenes, lo cual provocó la indignación de otros compañeros mayores. Se produjo una terrible confusión, donde hubo intercambio de golpes, pero ella poseía la fuerza sobrehumana que le concedía su adicción, y escapó aún bastante íntegra de la cafetería para llegar al salón de actos, donde al fin halló sentado a su colega, que ya no tenía nada porque lo había vendido todo. El tipo se rió con aquel gesto idiota que fastidiaría a cualquiera cuando está irritado, y desata el mismo infierno cuando uno sufre el «mono». Antes de que llegara la policía y ella saliera huyendo por el patio y saltara la valla, Lea actuó como una fiera enloquecida, destrozando mobiliario y golpeando a quien se puso a tiro. El colega de Lea terminó con la nariz y tres costillas rotas. Los demás chicos y profesores terminaron contusionados en distintos grados. La sangre aún manchaba las enormes cortinas verdes del salón de actos, pues eran muy caras de limpiar y no había presupuesto suficiente. Si en aquella ocasión Lea no terminó con sus huesos en el Reformatorio fue porque una enferma Teresa, hecha un mar de lágrimas, humildemente rogó a todos y cada uno de los afectados que retiraran la denuncia, ofreciéndose a trabajar gratis en el Instituto hasta pagar todos los destrozos. El colega de Lea era el más afectado y el menos interesado en denunciar, porque ni siquiera estudiaba en aquel instituto, no pudiendo explicar su presencia allí. Otros lo pensaron dos veces, pero la apesadumbrada mujer les llegó al alma, y las denuncias fueron retiradas, decidiendo el Consejo Escolar castigar a Lea con una simple expulsión temporal, que alargaron cuanto la ley les permitía.
    (guauuuu Lea estabas hecha un auténtico diablillo)
    Abrió la puerta de su clase y se encontró con un resoplido general, incluido el de la profesora. Una rápida mirada le dio una ligera idea de lo mal recibida que podía llegar a ser Lea Pineda o cualquiera que hubiera hecho lo que ella había hecho. Por deformación profesional, ella sonrió al percibir el odio, la repulsión, el desprecio... todos aquellos sentimientos que le encantaba hallar en los humanos para sentirse como en casa. Después pensó que no debía consentir aquel sentimiento malicioso que no tenía cabida en su nueva y virtuosa vida.
    ¿Lea? ¿Qué haces aquí? La clase ya ha empezado. Sal hasta la próxima clase—espetó la profesora con voz chillona, evidentemente nerviosa. Se sujetó las gafas, que habían estado a punto de caerle por la impresión.
    Lo siento, es que no me acordaba dónde tenía que ir y primero le he preguntado al Jefe de Estudios. Ya sabe. He estado bastante mal...—replicó ella sin complejos, entrando tranquilamente y buscando un sitio libre.
    Sintió que Lea conocía bien a una chica sentada en la segunda fila de mesas, junto a un sitio libre, pero vio que apartaba la mirada y supo que estaba rezando para que pasara de largo y no se sentara a su lado.
    (vaya vaya una antigua buena amiga de Lea veo que no la quiere ya no quiere saber de ella)
    Se sentó en primera fila, en esos lugares que nadie quiere ocupar para no estar a vistas del profesor. La profesora la siguió con la mirada. No podía continuar la clase con normalidad teniéndola allí delante. La ponía muy nerviosa desde que la vio destrozar la cafetería y herir a chicos y profesores. Ella fue una de las que votó en el Consejo Escolar para que la expulsaran para siempre del centro. Otros fueron más compasivos, no por ella, sino por los ruegos de su pobre madre, que bastante tenía para soportar aquella nueva humillación. Ahora temía su venganza, por si aquel monstruo se había enterado de alguna forma de aquellas votaciones, realizadas con algunos de los profesores y alumnos que componían el Consejo Escolar escayolados, magullados y sobre todo atemorizados.
    (pobre profesora está temblando teme a Lea no temas nada de esta cerda yo estoy al mando y adoro a los profesores son pobres infelices que intentan meter un poco de sabiduría en esas cabezas huecas sin conseguirlo no temas nada de mí estás a salvo)
    Continúe, por favor. No se corte por mí—la animó Lea, cuando se hubo sentado y se dio cuenta de que la profesora no se atrevía a continuar.
    Estamos trabajando con ecuaciones...—musitó la profesora, pensando que aquella palabra le sonaría a chino. Señaló la pizarra con un dedo tembloroso, manchado de tiza.
    ¡Espléndido! Me encantan las ecuaciones...—asintió ella, sinceramente. Las usaba muchas veces como pasatiempo, para mantener la concentración. Eran solo un divertido juego para una mente tan poderosa.
    Se escuchó un resoplido general, claramente burlón. Ella ni se molestó en girarse. El desprecio humano era algo que le resultaba muy chocante, cuando era ella la que habitualmente despreciaba a los humanos.
    Me alegra que te gusten. ¿Te importaría salir a la pizarra y resolver esta ecuación? la provocó la profesora, para ver si se negaba y tenía un motivo para echarla de la clase.
    Aquella chica le seguía provocando escalofríos, aunque no se vistiera tan lúgubremente como antes, ni llevara labios, uñas y ojos pintados de negro, ni aunque pareciera extrañamente amistosa y educada.
    Vale—aceptó ella, encantada, levantándose sin problema.
    Se escucharon cuchicheos. Ella no tenía ninguna dificultad en comprender la ecuación. Era muy sencilla. Había resuelto cosas peores en tiempo record.
    ¿Sabe por qué los estudiantes en general odian las matemáticas? Es porque ÉLseñaló hacia arriba para ser entendida les inculca esa aversión. Verá, las matemáticas las inventó Lucifer, ya sabeseñaló hacia abajo para hacerse entender—Fue un gesto más de rebeldía. Las matemáticas son el lenguaje universal, miden el mundo y lo explican. Absolutamente todo se basa en las matemáticas. A ÉL señaló hacia arriba de nuevo no le gusta que la gente comprenda las verdades del Universo, pues le encanta rodearse con un halo de misterio. Por eso adora a los estudiantes que odian las matemáticas—explicó ella mientras deslizaba la tiza por la pizarra.
    La profesora, incrédula, apenas había escuchado sus desvaríos. Miró el desarrollo y el resultado y la miró a ella. Parecía enloquecida, con aquellas tonterías sobre las matemáticas y el demonio, pero lo había resuelto correctamente, sin esforzarse siquiera, como quien hace un crucigrama muy sencillo.
    Espléndido, Lea. Veo que has malgastado tu gran inteligencia en los últimos tiempos. Si te sabes esta lección, te ruego que te sientes en silencio y que permitas que ilustre a tus compañeros...—la instó la profesora, sintiendo un vago mareo. Pensó que era muy arriesgado hablarle así, pero debía intentarlo al menos, para ver hasta donde podía llegar ahora con aquella chica extraña.
    Claro, adelante. Estaré calladita—asintió ella, dócilmente, sentándose.
    La clase continuó con un ambiente muy extraño. Los chicos y chicas pensaron que aquella no era Lea, que alguien muy raro había ocupado su lugar. Ella sabía lo que pensaban y valoró mucho su gran intuición, pero no intentó hablar con ellos ni hacer amigos. Aún era muy pronto para eso. Visto lo que había hecho Lea, le llevaría una eternidad que confiaran en ella, pero eso la haría ganar muchísimos puntos. Merecía la pena intentarlo.

(continuará)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 3)


Una vez terminado el periodo navideño, regreso con la historia de mi fugitiva. Recordad que nuestra especial protagonista, una diablesa, harta de arrastrarse por el mundo con el único propósito de dañar a las inferiores criaturas humanas, decide fugarse y esconderse en el cuerpo de una joven drogadicta, destinada a morir en un callejón oscuro, víctima de una sobredosis. Su intención es vivir entre los humanos y obrar el bien, para demostrar que puede llegar a ser un ángel de luz y asi regresar al estatus que poseía antes de la Gran Rebelión. Su camino no será siempre fácil, pero ella cree que podrá con todo, pues al fin y al cabo es un ser superior, con muchos poderes y una gran inteligencia.

Repasado un poco el argumento, os dejo con Liduvel, una diablesa muy especial, quien en este capítulo intentará adaptarse a su nueva vida, maravillando a la madre de Lea, su involuntaria anfitriona...

    CAPÍTULO 3.
    Cuando los médicos le dieron el alta y salió del hospital, la que habitaba en Lea sintió por primera vez el calor del sol sobre aquella piel, y le encantó la sensación. Respiró hondo y distinguió todos los olores, aunque no todos eran agradables (gasolina alcantarilla sudor perfume flores) Todo a su alrededor le producía sensaciones nuevas. Los ignorantes humanos no apreciaban aquel privilegio. El mundo donde había vivido durante eones era oscuro y turbio, sin sonidos agradables, sin buenos ni malos olores. Un mundo sin sensaciones físicas. Lo único bueno de su mundo es que flotaba libre, sin arrastrar el peso de una masa corporal y también que podía ver mucho más claramente que con aquellos ojos humanos. De hecho, podía ver el presente, el pasado y el futuro, según a qué dimensión se asomara.
    Teresa le propuso coger un taxi, pero ella le dijo que, si le daba igual, prefería pasear, lo cual gustó a Teresa, pues no tenía dinero para lujos. Caminaron lentamente, descansando en cada plaza, ya que aquel cuerpo duramente castigado se agotaba, hasta que al fin llegaron a la casa de Teresa.
    Era una finca antigua, de fachada despintada y desconchada que un día fue de color verde, y ellas (Teresa y Lea) vivían en un quinto piso sin ascensor. El duro ascenso agotaba habitualmente a la mujer, pero en esta ocasión, aunque jadeaba, iba sonriendo porque su hija estaba bien y la acompañaba. Algunas vecinas pasaron por su lado en la escalera y la miraban con recelo. La huésped analizó los datos que contenía la mente de Lea sobre sus vecinas. Supo que Lea había robado a algunas de ellas, que había organizado auténticos escándalos cuando su madre no podía darle dinero, incluso había dejado un bonito regalo en la puerta de la del 2º B, que se había atrevido a insultarla: una rata muerta envuelta en papel de celofán con un lazo.
    (bonito detalle el papel de celofán y el lazo eres un encanto Lea hubieras sido una buena adquisición para el abismo una numeraria con mucha chispa)
    Sonrió para sus adentros. Muchas vecinas se compadecían de Teresa, y le habían recomendado que encerrara a su hija en uno de esos lugares donde se desintoxicaban los drogadictos, pero Teresa sabía que sin propósito de curarse y una gran fuerza de voluntad, todo era inútil. También le parecía una traición abandonar a su hija. Ella se había limitado a intentar hacerla entrar en razón con paciencia sin límites, y a rezar por su recuperación.
    Buenos días, señoras. Que tengan un buen día...—las saludó ella, cordialmente, y le respondieron con gruñidos en el mejor de los casos.
    Teresa se encogió de hombros y palmeó su mano, consolándola del rechazo (que desde luego no le había producido ningún trauma)
    Ya se les pasará... cuando vean que has cambiado...—indicó Teresa positivamente, continuando la ascensión implacable hacia el quinto piso.
    (si supieran qué clase de criatura se instala aquí preferirían a la drogata asquerosa que tenían)
    La casa estaba limpia y olía a limón. Teresa debía haber empeñado un gran esfuerzo en limpiar a fondo para recibirla. Miró con sus ojos expertos cada detalle a su alrededor: el espejo del recibidor agrietado y con manchas oscuras de humedad, los sofás de brazos desgastados y un color indefinido que un día fue marrón; las paredes despintadas; aquellos cuadros descoloridos en tonos verdosos, toscas imitaciones de obras de arte que ella había visto crear en persona; la vieja cocina con azulejos que se caían, la bañera picada… pero a pesar de todo era su primer hogar. No podía compararse para nada con el infierno. Aquel modesto habitáculo era perfecto, tranquilo, acogedor… todo lo contrario de lo que había conocido, al menos desde la rebelión.
    Voy a preparar la comida. Échate un poquito y descansa—le dijo Teresa, llena de energía, quitándose el abrigo.
    Vale—consintió ella, dócilmente. Aquel cuerpo estaba exhausto y ella lo arrastraba con gran esfuerzo. Debía dejarlo descansar un poco.
    Encontró enseguida su habitación, ya que no había mucho donde buscar. Se detuvo en la puerta, resoplando asqueada. Las paredes estaban pintadas en tonos rojo y negro, a torpes lametones, como si hubieran utilizado la lengua y no un pincel para pintarlas. La decoraban multitud de posters de grupos de música heavy, demonios e imágenes de pesadilla. En la mesita había una calavera de pega, con una vela encima, que había goteado sin piedad sobre la pobre mesita, de aspecto tan desolado como el resto de los muebles.
    (Lea qué mal gusto tienes bienvenida al infierno otra vez)
    Incluso la maldita colcha era negra, con un logotipo de un conocido grupo heavy, de quien decían que rendía culto al diablo. La quitó de un zarpazo.
    (que más quisieran estos que ser discípulos del Gran Jefe solo son chirriantes productos de marketing que arrastran a tipejos como esta cerda inútil de Lea)
    Cuando Teresa se asomó para decirle que la comida estaba lista, se quedó sorprendida. Los posters habían desaparecido. La colcha estaba en una bolsa de basura de tamaño industrial, junto con lo que quedaba de ellos.
    ¿Qué... qué ha pasado?—preguntó, conmocionada, temiendo que hubiera sufrido uno de aquellos accesos de furia que tanto temía.
    Ya he estado bastante tiempo en el infierno. ¿No te importa el cambio de imagen, verdad? He encontrado en el fondo del armario esta colcha azul. En cuanto pueda, si no te importa, decoraré esta habitación en tonos pastel... son más... relajantes...—explicó ella, proyectando la futura decoración, sin darle importancia al drástico e inexplicable cambio de gusto.
    Claro que sí. Lo que quieras. Hay unos botes de pintura en el cuartito trastero de arriba... buscaré la llave. Pintaremos si quieres, recuerdo que compré unos botes grandes de blanco y varios botes pequeños de colores para mezclar... pero entonces no pude pintar... —recordó Teresa, que los había guardado tras una de las fases destructivas de Lea, esperando una mejor ocasión para renovar la casa.
    ¡Ah, bien! Déjame la llave a mano. Me vendrá bien hacer un poco de ejercicio en cuanto descanse un poco. Ya sabes, para el síndrome de abstinencia. Tú no te preocupes de nada. ¿Qué hay para comer? Huele de maravilla...—dijo la huésped, tomándola del brazo para ver de dónde provenía aquel aroma. Teresa sonrió. Su hija nunca apreció su mano para la cocina.
    Gustavo era el hombre que actualmente compartía vida y casa con Teresa. No había ido al hospital ni una sola vez a visitar a Lea. Ahora había llegado de su trabajo sin saludarla, y la miraba con recelo. Ella se sentó a la mesa, mirándole con atención, y comenzó a analizar los recuerdos de Lea sobre él. No parecía mal hombre, pero no era ni mucho menos el hombre perfecto. Lea nunca había confiado en él, por las malas experiencias que tenía con su padre auténtico y con los desastrosos sustitutos que habían llegado después. La desconfianza era mutua, y él no se había privado de hacérselo notar a Teresa, mucho antes de que ella supiera en qué se había convertido su hija. Casi les costó la ruptura, pero Teresa le necesitaba, le quería y al menos no había sido el peor de sus hombres. Aunque no era muy cariñoso ni excesivamente atento, al menos él no era casado ni le pegaba. Solo le hubiera gustado que fuera un poco más tierno... y que quisiera también un poco a su hija. Así Gustavo hubiera sido el hombre perfecto para ella.
    Teresa sirvió la comida con aire alegre, y ella comió con gran apetito, en gran parte porque sus primeras comidas sobre la tierra (las del hospital) eran repulsivas y sosas, pero esta comida estaba buena. Era un nuevo placer que no conocía.
    Cuando Teresa fue a la cocina por el postre, Gustavo la miró fijamente y se decidió a hablarle, mirando de reojo hacia Teresa para que no se enterase.
    No me lo trago, chica. No sé a quién quieres engañar con ese cambio tan espectacular, pero sé que volverás a hacer daño a tu madre, porque caerás otra vez. Todos caen. Nadie sale de rositas de ese infierno...—le advirtió Gustavo, mirándola con desprecio y recelo. Lea había sido bastante violenta y él guardaba las distancias, temiendo un nuevo ataque.
    Ella le miró fijamente. Podía haberlo fulminado con una mirada directa de sus ojos, pero supo que al hablarle así, le guiaba la buena intención hacia Teresa. Por eso no debía ser muy dura con él y no ceder a la tentación de sacarle los ojos con su cuchara. También pensó que si ella hubiera sido realmente Lea, sus palabras no la hubieran ayudado mucho. Indagó en el interior de Gustavo, penetrando en aquellos ojos recelosos y viendo cosas que podía utilizar contra él, para tenerle amenazado y en su poder. Nadie era perfecto y atacar con la verdad era un placer inigualable.
    Gustavo, querido, yo no soy quién tú piensas, ni voy a volver al infierno del que he salido. Yo quiero hacer feliz a Teresa. ¿Y tú qué es lo quieres? Lo que TÚ debes hacer es ocuparte más de ella. No debes dejar que trabaje tanto. Está muy enferma. Mímala, dile lo guapa que está. Además... ¿por qué no dejas de echarle los tejos a la tía de la frutería? Ya tendrás tiempo de eso cuando ella se muera, cabrón. ¿Qué pretendes? ¿Que se entere ahora y partirle el corazón una vez más antes de morir?...—murmuró ella, siseando como una víbora. Le había clavado la mirada hasta el fondo del alma, dejándole completamente helado. A Gustavo se le erizó todo el vello del cuerpo.
    ¿Cómo sabes tú eso? Pero si no te enterabas de nada... -—se asombró él, mirando una y otra vez hacia la cocina, por si Teresa escuchaba.
    LEA no se enteraba de nada. Pero yo NO SOY Lea, amigo, y te tengo calado. Te sacaré el corazón por la boca si le haces daño a Teresa, aunque me cueste un atraso en mis planes. Y por cierto, aunque me caes mal, como muestra de buena voluntad, te recomendaré que tengas cuidado con tu ligue y si algún lejano día te decides a intimar con ella... toma precauciones, querido Gus. Su anterior novio le dejó un regalito que ella aún no conoce. Pero yo sí. Él frecuentaba el ambiente de Lea ¿sabes? Se relacionaba con gente enferma, se contagió y la contagió a ella, tú sabes de qué hablo...—le obsequió finalmente con aquella advertencia letal, metiéndole el miedo en el cuerpo.
    Gus palideció violentamente. Aún no había llegado a mayores con Marisol, pero pensaba seriamente en ello desde que Teresa enfermó y dejó de sentir deseo.
    ¿SIDA?—farfulló Gustavo, asustado, secándose el sudor de la barbilla.
    Ella se limitó a asentir con aire lúgubre, porque Teresa ya llegaba con el postre, que olía dulce y reconfortante. Gustavo resopló y miró de reojo a la que él pensaba que era Lea. Miró a Teresa y le sonrió torpemente.
    Hoy te has lucido. Está todo muy bueno—elogió Gustavo con forzada amabilidad, siguiendo el consejo de aquella arpía que tenía enfrente.
    Teresa sonrió ampliamente, encantada y sorprendida porque él nunca le dedicaba aquellos elogios, aunque devoraba su comida con avidez. Les sirvió a ambos, pero Gustavo había perdido el apetito. Solo pensaba cómo quitarse de encima a Marisol, la chica de la frutería.
    Cuando los dos se fueron a trabajar, ella fue en busca de la pintura. A pesar de que sentía un cansancio mortal y dolores por todo el cuerpo, sabía que debía moverse, porque si se quedaba quieta, los dolores y los calambres la consumían. No tardó en hallar en el cuartito los botes de pintura blanca y los botecitos de colores para mezclar. Era muy poco material para su proyecto. Suspiró fastidiada y los miró con gesto travieso. Podía hacer algo al respecto. Era fácil, pues aún conservaba la mayoría de sus poderes intactos dentro de aquella funda humana.
    (un pequeño truquito nadie lo va a notar nada excesivamente llamativo)
    Al instante el cuartito trastero estaba limpio y ordenado como nunca lo había estado, y los botes se habían multiplicado de forma que tenía suficientes para pintar toda la casa. Quitó las cortinas con sus poderes telekinéticos y las lavó; apartó los muebles sin pensar que Lea no hubiera podido justificar aquella fuerza ante ningún humano, pintando con una rapidez que tampoco hubiera podido explicar. Gozó de sus poderes con la excitación que le producía estar contraviniendo las reglas. Si la descubrían, su plan se truncaría, pero valía la pena intentarlo.
    Cuando horas más tarde Teresa llegó del trabajo, no salía de su asombro... El pasillo, el comedor, su habitación, el techo de la cocina y del baño... todo estaba pintado en colores suaves: rosa, azul, amarillo, naranja, verde, tan bien pintado como cuando se instaló allí, muchos años atrás. Las cortinas colgaban limpias, secándose al aire. No había restos de gotas en el suelo, cubos llenos de pintura ni pinceles sucios, como si no hubiera pasado nada. Buscó a su hija y la encontró tumbada en su habitación, escuchando música con los ojos cerrados. Había pintado su habitación en color azul celeste, y el techo se unía a las paredes con nubes pintadas en blanco-rosado y blanco-azulado, como auténticas nubes esponjosas de un cielo veraniego. La que ella pensaba que era Lea abrió los ojos y le sonrió.
    ¡Hola, Teresa! ¿Te gusta? Estoy muy cansada, pero yo creo que ha valido la pena el esfuerzo...—la saludó con voz alegre. En realidad no podía mover ni un músculo de aquella humana, completamente exhausta con el esfuerzo que le había obligado a hacer, pese a que fueron sus poderes los que habían hecho la gran mayoría del trabajo.
    ¿Qué si ha valido la pena? Has convertido el infierno en cielo, Lea...—musitó Teresa, con lágrimas emocionadas bailando en sus ojos.
    ¡Ojalá fuera cierto...!sonrió ella, viendo en sus palabras un buen augurio.
    Teresa no preguntó cómo había pintado todo, pero Gustavo no lo vio nada claro. En una sola tarde había pintado toda la casa con unos botes empezados de pintura blanca y botecitos de color, había lavado las cortinas y limpiado todo el estropicio. ¿Y cómo había movido los muebles? Con curiosidad creciente miró por detrás de los muebles y vio que también estaba la pared pintada. ¡A él le costaba un gran esfuerzo moverlos! Muy extraño. Pero no se atrevió a decirle nada a aquella chica que había regresado en lugar de Lea. Sentía escalofríos solo con mirarla. Su gusto por las películas de terror no le ayudó mucho. Muchos personajes de aquellas películas habían regresado de la muerte convertidos en otra cosa. Y ahora tenía uno de aquellos monstruos en su propia casa.

 (continuará)