UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 19)






Hola de nuevo, lectores y lectoras. Vamos a por el capítulo 19. Hoy, Liduvel se enfrentará al miedo. No es una sensación desconocida para ella, aunque no siente temor por su propio destino, sino por la suerte que puede correr Teresa, a solas, en un quirófano, ahora que se aleja por unas horas de su protección y va a estar muy vulnerable. Los miembros del Lado Oscuro saben que es su punto débil, su favorita entre los mortales, y querrán eliminarla para que ella se enfurezca y se precipite hacia la venganza, alejándose del buen camino de retorno a la Luz.

Pero Liduvel tiene poderosos aliados, no solo Daniel, sino también otros antiguos hermanos que han apostado por ella, para que su fuga culmine con éxito. 

Saludos a mis lectores y lectoras de España, EEUU, México, Irlanda, Panamá, Portugal y Ucrania. Os dejo con este nuevo capítulo.


    19.
    Liduvel tenía miedo. Le hubiera gustado adentrarse varios años en el futuro para conocer el protocolo de destino de Teresa, que sin duda había cambiado debido a su intervención, pero no debía llamar más la atención. Debería quedarse con la duda, sin saber hacia dónde derivaría su vida y las vidas de quienes la rodeaban. Pensó en las sabias y envenenadas palabras de Lucifer durante su tenso encuentro en la iglesia de Simón. Para ser sincera, no creía que salvando las vidas de Teresa y Lea, se produjera una hecatombe a nivel universal. No eran más que dos simples mujeres pobres, apenas sin formación, y con esas características no podían cambiar el mundo, al menos de momento, así era el mundo de los humanos. Recordó una película que había visto casualmente, mientras trabajaba en el suicidio de un ingeniero deprimido porque no encontraba trabajo relacionado con su carrera. En aquella película se salvaba milagrosamente alguien en un accidente de avión. Años después, esa persona atropellaba y mataba a un científico que podía haber salvado al mundo de una plaga mortal, o algo así. En consecuencia, por salvarse una persona que debía morir, morían cientos de miles de personas en el futuro. Pudiera ser que Lea, en un futuro, también cometiera una tropelía, era de esperar que, tal como estaba, intoxicada por todas las drogas que se había metido, no tuviera el cerebro en muy buenas condiciones. 
     
    Conceder años de vida al doctor Álvarez ya era más peliagudo. Él podría salvar a más gente, a alguien que podría atentar contra una central nuclear por causarle el cáncer o meterse en una secta religiosa y envenenar el agua potable de toda una ciudad. No quiso pensar más en ello. A Lea le dolía la cabeza si pensaba demasiado, y ella lo sufría también.

    Penetrar en la planta de oncología la había llenado de oscuros presentimientos. Por el pasillo deambulaban enfermos de diversas variedades de cáncer en distintas etapas de la enfermedad. Sus acompañantes estaban desolados pero disimulaban, intentando llevarlo con dignidad y animar a sus seres queridos. Todos ellos estaban pálidos y tristes, como Teresa y Gustavo. Parecían almas aturdidas en una sala de espera intermedia, instantes antes de acudir a su juicio vital. Ella siempre se burló de aquellas pobres almas, de su temor a ser arrojados al fuego y las tinieblas. Muchos de ellos mostraban aún la incredulidad que mantuvieron en vida, pensando que solamente soñaban y despertarían en algún momento. Otros estaban perplejos. Si hubieran sabido que el otro mundo existía, hubieran actuado de otro modo, pero ya era tarde para rectificar. Creyentes y no creyentes tenían la misma expresión de terror a lo desconocido. 
     
    Liduvel animó a Teresa mientras estuvo a su lado, de una forma tan elocuente que casi la convenció de que no tuviera miedo, de que todo iba a salir bien. Pero cuando la dejó en manos de los médicos, se sintió de nuevo inquieta y la invadieron malos presentimientos. 
     
    Seguramente los miembros del lado oscuro intentarían de nuevo hacerle daño a Teresa para sacarla violentamente de su ruta firme y segura hacia el Lado de la Luz. Estaba casi segura de que lo intentarían en aquel lugar, cuando estaba totalmente indefensa. Sería muysencillo y eficaz. Ella lo hubiera hecho. 
     
    Se dio cuenta de que Gustavo estaba rezando por Teresa (los humanos siempre rezaban en los malos momentos, aunque no se confesaran creyentes). Ella no podía rezar, no debía hacerlo. Hablar con ÉL sería considerado como una blasfemia, o al menos eso pensaba ella. Pero había alguien que sí podía hacerlo.

    (Daniel amigo mío si estás ahí protégela por favor que nadie la dañe ahora que está tan vulnerable y yo no puedo cuidarla ahí dentro reza porque a ti te escucharán tú eres un alma pura y llena de luz a ti te escucharán por favor por favor)

    (ya están protegiéndola tú tranquila)

    (¿ya están protegiéndola? ¿han escuchado tus oraciones y las de Gustavo?)

    (no debería decírtelo pero la gente del Lado Luminoso está tomando partido)

    (¿quieres decir que hay gente del Lado Luminoso que está apoyándome?)

    (si, no todos, pero muchos de ellos te apoyan en tu decisión en secreto les gusta que su hermana se arrepienta de sus errores y desee regresar con ellos a la luz)

    Liduvel se sintió más viva que nunca. Era maravilloso sentirse apoyada, aunque fuera en secreto. Cuando era una simple diablesa nadie hubiera apostado por ella, ni siquiera sus colegas del Lado Oscuro, debido a las envidias y a la dura competencia.

    Pero ahora era algo más. Era una fugitiva... un tanto especial, una osada atrevida que abría un nuevo camino... y al parecer había corrido la voz.

    (da las gracias a todos por mí)

    (tú se las darás en persona pronto)

    Gustavo interrumpió aquel silencioso diálogo porque la vio abatida, y porque creía que había llegado la hora de decirle que estaba equivocado, y que la Lea que había regresado de la muerte era una buena persona en la que se podía confiar. Se sentía tan sensible con el asunto de Teresa que incluso la hubiera abrazado, para reconciliarse con ella. Pero aún le tenía un poco de miedo. En ocasiones creía haber visto un brillo diabólico en sus ojos y la escuchaba gruñir y bufar en sueños, como un animal rabioso.
    Lo estás haciendo muy bien, Lea. La has animado de una forma que... casi ha entrado en el quirófano cantando de alegría. No esperaba que tu cambio hubiera sido... real. Creía que era una pantomima... pero parece que vas en serio. Teresa es muy feliz por verte así. Le has dado vida estos últimos meses... toda la vida que le quitaste antes...—musitó Gustavo, en tono reconciliador.

    Gracias. Tú también lo estás haciendo bien. Ella te necesita tanto como a mí... o más. Yo no estaré con ella para siempre. Espero que tú sí—le respondió Liduvel, entornando los ojos y escrutando el alma de Gustavo, para conocer sus intenciones. Al parecer, la experiencia de la frutera le había asustado bastante, y ya no pensaba en ser infiel. Eso estaba bien. No parecía tan mal futuro para Teresa. Un hombre que la tratara bien al fin, tal como merecía.

    Cuando se recupere tengo intención de llevarla a pasar unos días a la playa, no sé donde aún, pero a ella le gustará ver el mar...—afirmó Gustavo, improvisando un futuro que aún no parecía claro, pero que podía ser posible¿Nos podremos fiar de dejarte sola?— sondeó.

    Claro que sí. Puedo arreglármelas sola...—afirmó Liduvel, sonriendo de forma pérfida. Era ya mayorcita para eso. Una experiencia de millones de eones viviendo en soledad.

    Bien. Estaba ahorrando para comprarme un coche, pero eso puede esperar. Un viaje nos vendrá mejor. Ya llegará el coche, más adelante, el mio aún funciona...—aseguró Gustavo, valorando pros y contras. Era inusual que compartiera sus proyectos con la que él creía Lea. Jugueteaba con una revista, donde aparecía el coche de sus sueños, que tendría que esperar algunos años más.

    Bien pensado. A Teresa le vendrá mejor ver el mar que pasear en un coche nuevo. Y la generosidad siempre tiene su recompensa...—asintió Liduvel, pensando que podría mover algunos hilos de forma muy discreta para que le concedieran un aumento de sueldo o mejor aún, para que le tocase algún premio de la lotería. Así tendría a la vez coche nuevo y viaje para la pobre Teresa. Si él era feliz, haría más feliz a Teresa.

    Entraron en tromba en el túnel de descompresión, por el cual pasaban todos los demonios que regresaban furiosos al Infierno. Era una medida de seguridad añadida para proteger el mundo oscuro de los frecuentes ataques de ira de sus habitantes. De no ser así, se habrían autodestruido hacía eones, consumidos por su propio fuego aniquilador.
    ¡Esto es intolerable! No hemos podido hacer nada. Había allí nada menos que cuatro ángeles custodiándola. Es inadmisible...—protestó Garrel, aún furioso y acalorado después de pasar el túnel. Sus ojos brillaban de color rojo vivo. Nunca se había sentido tan fracasado.
    El Departamento de DPI (Daños y Perjuicios Inducidos) estaba alborotado y frustrado por la misión fallida de los demonios. Tenían como misión que la operación quirúrgica resultara mal de diversas formas: gérmenes por limpieza incompleta de los instrumentos, temblor de la mano del cirujano, bronca entre enfermeras para perturbar la intervenci´n... Debían hacer cualquier cosa para acabar con Teresa, pues era la favorita de Liduvel y destruirla la desestabilizaría y apartaría del buen camino que había emprendido para regresar a la Luz.

    Y los demonios, al entrar en el quirófano se hallaron cara a cara nada menos que a cuatro ángeles de Luz. Casi se derritieron debido a la impresión. No habían visto tantos enemigos juntos desde la Gran Rebelión. No fue necesario un intercambio de palabras. Las miradas fueron suficientes para que regresaran de inmediato al infierno, para informar del suceso. 
     
    Neville se había desplazado al DPI en su hora de descanso para apoyar a su colega Unigel, quien dirigía aquella operación desesperada tras el sonoro fracaso de Databiel y sus falsos testimonios. De hecho, con aquella noticia, Unigel estaba tembloroso, temiendo ser desintegrado por Lucifer.
    ¿Cuatro ángeles? Pero eso es imposible. ¿Qué hacían cuatro ángeles para una simple mortal? Su ángel de la guarda, lo tengo aquí apuntado, tiene otros nueve clientes. Andan muy escasos de personal—se extrañó Neville, consultando sus datos ¡Exacto, tal como yo creía! ¡La cuida una décima parte de ángel de la guarda!—afirmó, señalando los datos en la pantalla. 
     
    Lucifer no lo creerá. Nos castigará por incompetentes...—gimió Bartel, uno de los enviados en aquella misión frustrada. Hasta aquel día se había manifestado muy seguro de sí mismo, y acababa de caer en la cuenta de que nada podía hacer para enfrentarse a sus colegas luminosos. Estaba a punto de caer en una depresión.

    ¡Estamos acabados! Era una misión fácil, por todos los demonios, era lo más sencillo que se me ha encargado en eones...—gimió Unigel, hundidoMe doy por desintegrado, amigo mío. Adiós, ha sido un orgullo trabajar codo a codo contigo...—farfulló teatralmente, despidiéndose de Neville con dos palmadas en la espalda.

    Tranquilo, Unigel. No tiene por qué ser así. Lucifer está muy ocupado repasando archivos, estadísticas, instalaciones y personal a su cargo. Dejaremos a un lado este enojoso asunto. No informaremos de esto, a no ser que él en persona no se interese por la incursión, y no creo que lo haga. Ahora mismo le preocupa más no conocer al detalle cuanto ocurre en el Infierno...—reveló Neville en un susurro, manteniendo la calma. Su habitual eficacia le dictaba consignar todo el asunto en un detallado informe dirigido a Lucifer, pero en esta ocasión, aquellos compañeros corrían serio peligro. Estaba harto de ver desintegrados a hermanos demoníacos, sobre todo cuando él no ganaba nada con su pérdida ni ascendía de categoría, como era el caso.

    Unigel, Bartel y Garrel suspiraron, aliviados. Neville les indicó que en caso de que Lucifer se enterara (cosa que dudaba) podían citar muchos testigos en su defensa, ya que el hospital donde operaban a Teresa se estaba convirtiendo en un hervidero de ángeles y demonios posicionándose, apostando y cotilleando sobre el «asunto Liduvel».

    (continuará)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 18)




Hola lectores y lectoras. Esta entrada la realizo el día 23 de abril, de modo que ¡feliz Día del Libro! No dejéis de comprar libros, de regalarlos a vuestros seres queridos, de leer historas a vuestros hijos, sobrinos, nietos o alumnos. Nunca dejéis jamás de leer, porque la lectura tiene mil ventajas que no tienen ni la televisión, ni los videojuegos, ni otras diversiones menos dignas. Leer previene del alzheimer, abre la mente, elimina las faltas de ortografía y sobre todo, te lleva a unos mundos que no conocerías de otra forma, ampliando tu cultura y enseñándote a soñar. Todo son ventajas, ya véis.

Pues bien, os ofrezco un nuevo capítulo de esta historia un tanto especial, donde pasaremos casi todo el tiempo en el infierno, con un Lucifer perplejo por no poder controlar una situación que está alterando el buen funcionamiento infernal, que no puede destruir a Liduvel porque se halla bajo protección de Gabriel, pero lo intentará de todas las formas posibles a través de sus subordinados. Estamos a punto de conocer a un nuevo personaje, un tal Damon, terapeuta de demonios (sí, por supuesto, ellos también los necesitan), que será fundamental en la historia, pero eso lo dejaremos para otro capítulo...

Besos a mis lectores y lectoras de España, EEUU. Irlanda, Portugal, Singapur, Rumanía y Alemania. Os dejo con la lectura de este nuevo capítulo.

    18.
    Gabriel repasó los informes de Daniel, para que no se le acumularan. Había comenzado los trámites para convocar al Tribunal que conociera este caso, y que debía constar del mismo número de ángeles de la Luz y de ángeles de la Oscuridad, para ser equitativo. ÉL en persona se había interesado por el tema. Gabriel le había restado importancia a tan trascendente juicio, para no preocuparle. Ya había suficientes motivos de honda preocupación en el mundo para que se ocupara de aquella «minucia».

    Sin embargo, se alegró de que ÉL se hubiera interesado. Siempre podía echar una mano decisiva para ayudar a completar aquel plan maestro diseñado hacía mucho tiempo. Pero no debía precipitarse ni desconcentrarse. Volvió a sus informes.

    Gabriel intuyó que faltaban datos precisos en los informes, pero estaba de acuerdo en que así quedaban perfectos para apoyar la iniciativa de Liduvel. Sonrió al comprobar que Daniel incumplía una y otra vez su tarea de informador neutral. Según lo que sabía él, y sabia mucho, no le extrañaba en absoluto que lo hiciera, pero le preocupaba un poco que los del otro lado se enteraran, aunque tampoco ellos habían estado de brazos cruzados.
    Siempre podré alegar que fueron ellos los que empezaron a meter zancadillas—sonrió Gabriel de forma traviesa.
    Daniel hubiera respirado tranquilo de haber seguido vivo. Ahora se sentía un poco más aliviado. Gabriel no parecía haber advertido todos los recortes en sus informes, o al menos no les había dado importancia, pues le vio en un par de ocasiones arquear las cejas ante algún párrafo, o sonreír de una forma especial. 
     
    Gabriel sonrió a su ayudante y palmeó su espalda.
    Todo va bien, según parece. Falta ya poco para concluir este trabajo, pero parece que eso te preocupa, amigo Daniel—le dijo, observando cada reacción del meritorio.

    Confieso que me preocupa el futuro de Liduvel. Me cae muy bien. Ojalá todo se resolviera y pudiera regresar a la Luzsuspiró Daniel, y al punto pensó que había sido peligrosamente sincero.

    Ya sé que te cae bien. Es fácil apreciar a esa extraña diablesa, pero no te preocupes más, lo que haya de ser… será...—le consoló Gabriel de una forma enigmática.

    Daniel no supo si sus palabras eran buena o mala señal, tan neutra había sido su voz, y tan extraña su sonrisa. 
     
    Lucifer tachó de incompetente a Databiel, y lo sustituyó con rapidez. No le convirtió en cenizas instantáneas por su negro historial intachable, y aunque no lo reconociera ni en diez mil eones por ser quien era aquel demonio menor, pero esta vez le había decepcionado y eso era muy peligroso para un demonio, incluso para uno de sus favoritos.
    .
    Contrariamente a su costumbre, Lucifer consultó privadamente con los demonios más importantes, incluido Luzdel, que como Jefe de Departamento y superior directo de Liduvel, la conocía mejor que nadie.
    No sé, señor, ¿qué puedo decirle sobre ella? No la trataba mucho... una relación estrictamente profesional, ya sabe. Liduvel es básicamente una diablesa solitaria, muy independiente, obstinada e inteligente... cuando se le mete una idea en la cabeza...—señaló Luzdel, intranquilo ante la soberbia presencia del Gran Jefe, que le observaba con aquellos ojos iracundos y penetrantes.

    No me digas algo que ya sé, Luzdel. Necesito datos. Quiero saber qué factor la cambió. Y necesito ideas para terminar con esta locura de su fuga hacia la Luz... Yo lo haría de una forma inmediata y fulminante, pero tengo las manos atadas. Gabriel está protegiendo a esa maldita fugitiva—le interrumpió Lucifer, y con su enojo el fuego infernal aumentó su volumen y su temperatura, provocando numerosos gritos de dolor en el pozo más hondo, que siempre era el más afectado por sus ataques de furia.
    Transcurrió un incómodo silencio que llenó el elegante salón de malos presagios y de energía negativa. Todos sentían peligrar sus cabezas y daban vueltas a sus mentes privilegiadas para ofrecer respuestas al gran Jefe, pero fue Luzdel el único que se atrevió a hablar.
    Con el debido respeto, señor. En este momento sería adecuado recurrir a los servicios del desaparecido Damon, que fue terapeuta de Liduvel cuando sufrió una crisis. Creo sinceramente, con todos mis respetos, que él es.... fue... responsable en gran medida de provocar el cambio de Liduvel. Era un inconsciente que utilizaba técnicas innovadoras y descabelladas para sus terapias...—apuntó Luzdel, tímidamente.
    Los demás contuvieron la respiración, esperando una violenta reacción de Lucifer. No se podía nombrar a un demonio desintegrado. Estaba prohibido, sobre todo porque Lucifer tenía una memoria prodigiosa, y revivía intensamente el ataque de ira que le había llevado a castigar a sus inferiores, con lo cual el incauto que osaba nombrar al desintegrado corría grave peligro de correr su misma suerte.
    ¡AAAAHHH!—gritó Lucifer, furioso, golpeando la mesa con su poderoso puño, que hizo temblar todo el infierno, e incluso halló repercusión en la tierra, que tembló en su totalidad con una intensidad de 5,6 en la escala de Richter, provocando numerosos daños materiales y heridos.
    Su maldito temperamento le había hecho perder la oportunidad de detener aquella locura. Luzdel tenía razón. Aquel maldito terapeuta había inculcado ideas raras en Liduvel, que combinadas con su rebelión interna, habían derivado en la criatura extraña que era actualmente.

    Los gritos en el pozo más hondo atronaron en todo el infierno, debido a las llamaradas que había provocado de nuevo el acceso de ira de Lucifer.

    ¡Malditos sean mis ojos! ¿No hay forma de restituirle?—farfulló, enojado consigo mismo y con el universo. Todos temblaron a su alrededor. Eso era imposible. Derafiel carraspeó, captando de inmediato su atención.
    Con todos mis respetos, señor. Nunca se ha hecho, pero eso no quiere decir que sea imposible—murmuró Derafiel, intentando hacerse oír.

    ¡Habla!—exigió Lucifer, señalándole.
    Todos se apartaron de él, pues podía alcanzarles los poderosos influjos de Lucifer, al destruirle. Tanto Luzdel como él se estaban arriesgando mucho en aquella ocasión. Los demás no sabían bien si envidiarles o compadecerles, dependería del resultado de aquella reunión.
    En una ocasión... ya sé que está mal y que no debí hacerlo, pero entonces preparaba mi tesis doctoral para ascender en la escala y deseaba desesperadamente lucirme. Entonces me arriesgué mucho, pero visité el pozo más hondo, con el propósito de estudiar los sufrimientos de nuestros huéspedes más ilustres, a fin de incrementarlos en todo lo posible. Nadie que no hubiera sido condenado había llegado al final del túnel maldito hasta entonces. Pues bien, yo llegué, tras mucho esfuerzo y penalidades, mientras tomaba mis notas, y mi sorpresa fue mayúscula al encontrar un lugar llamado «el estanque del olvido eterno», pues tiene en su puerta incluso un rótulo luminoso de neón que así lo nombra. Y mi sorpresa fue mayúscula al adentrarme en aquel lugar extraño, porque vi a muchos viejos conocidos deambular por allí... ya que se trataba de almas que, en teoría, se desintegraron debido a su justa ira, señor—reveló Derafiel, temiendo un castigo por su atrevimiento, que no llegó porque Lucifer se había quedado perplejo.
    Lucifer debía haber tenido conocimiento sobre aquel lugar, una parte de su reino de tinieblas.
    ¿Estanque del olvido eterno? ¿Tenemos de eso aquí? ¿Y qué quieres decir con que «en teoría se desintegran»—interrogó Lucifer, inquieto.
    Su rapidez mental le hizo calibrar en un instante lo peligroso de aquella situación: su poder se debilitaría si se sabía que ni siquiera conocía a fondo todos los detalles de su Reino. Había pasado mucho tiempo endiosado, lejos de la realidad de su mundo oscuro, enfundado en sus trajes hechos a medida y fumando sus puros habanos, derivando su trabajo hacia sus subordinados.
    Verá, señor. Como le he dicho, allí había.... muchísimas almas. Reconocí a algunas de ellas, que habían incurrido en graves errores y habían sido blanco de su justa ira, señor. Eran almas tristes, errantes, absortas, quizá perdidas para siempre en una nebulosa gris, no sé como explicarme, parecían ausentes... pero existían. Y aseguro que era peligroso permanecer mucho tiempo allí, ya que la tristeza y el vacío de aquel lugar me invadió e intentó absorberme. Había mucha fuerza en aquel lugar. Me pareció tan sumamente peligroso reflejarlo en mi tesis... que no lo hice... e intente olvidarlo…hasta ahora—reveló Derafiel, quizá un tanto menos tembloroso al advertir que la ira de Lucifer no le desintegró en el primer instante. Estaba muy intrigado.

    ¿Cómo se atreven a no desaparecer cuando yo lo dispongo? ¿Quién les envía allí? No soy yo. No sabía ni de la existencia de ese maldito lugar... Pero ya tomaremos alguna medida al respecto. ¡Centrémonos! ¿A cuento de qué has nombrado todo eso? ¡Habla!—farfulló Lucifer, que había perdido el hilo del razonamiento lógico de Derafiel.

    Pues, humildemente señor, porque he pensado, quizá de una forma algo ingenua, proponerle ir en busca de Damon en ese lugar. Quizá nos costara un poco hallarle, pero si... anunciamos que puede ser restituido en su puesto, quizá se presente voluntariamente... si es que recuerda quién era, por supuesto...—propuso Derafiel.
    Ahora el atrevido demonio se quedó solo en el centro de la sala. Todos retrocedieron varios pasos hasta separarse lo suficiente de él. Definitivamente había llegado su último momento.

    Pero en lugar de lanzar un ataque de furia contra el imprudente Derafiel, Lucifer asintió. ¡Por supuesto! ¿Cómo no había caído en ello? Podrían buscar a aquel peligro público de Damon y restituirle el tiempo suficiente para averiguar algún dato que permitiera destruir a Liduvel, de la forma más natural y correcta dentro del protocolo, claro está. No quería que Gabriel sospechara nada, si esto era posible. Aunque jamás lo reconociera, en el fondo temía a Gabriel, por su puesto privilegiado.
    ¡Bien! ¡Brillante! Tú, Derafiel, descubridor del dichoso estanque, ya que conoces el camino, encárgate de ello. Y tú, Databiel, ya que mientes mejor que nadie en esta sala, gánate mi perdón con tu esfuerzo y acompáñale para atraer al maldito Damon—ordenó Lucifer, viendo un rayo de esperanza en su investigación contra la fugitiva.

    Señor, no le decepcionaré—aceptó al instante Databiel, cuadrándose y saliendo de la sala con rapidez, para penetrar cuanto antes en el túnel.
    Derafiel se inclinó con respeto ante su señor y corrió tras su inesperado e imprudente colega de viaje, del cual no se fiaba ni un pelo. Ninguno de los demonios menores era de fiar, por muy hijos del Gran Jefe que fueran.
    ¡No tan rápido, amigo Databiel!. El viaje debe ser preparado debidamente. O el Estanque del olvido eterno nos arrastrará sin remedio. Es peligroso—le detuvo Derafiel, temiendo que su precipitación arrastrara a los dos dentro de aquel mundo terrible, a sus ojos aún que la desintegración en miles de partículas de átomo por el Cosmos.

    No tengo miedo—afirmó el soberbio Databiel y Derafiel sonrió.

    Ya lo tendrás. Y mejor será que atiendas mis instrucciones, o acabarás como residente permanente de ese lugar—amenazó el prudente demonio.

    ¿Me estás amenazando, alfeñique?—le retó Databiel, enfrentándose a él.

    Te lo advierto. Estás vivo de milagro, muchacho. No juegues con tu suerte—le dijo Derafiel, esquivándole y dirigiéndose hacia el pozo más hondo del infierno.
    Lucifer estaba indignado y lleno de preguntas. Miró al resto de sus demonios de confianza, que habían vuelto a remolinarse a su alrededor, ahora que Derafiel ya no les planteaba peligro inmediato.
    ¿Por qué no desaparecen? ¿Y quién creó ese maldito estanque?—farfulló Lucifer como una pregunta retórica, sin esperar respuesta.
    Luzdel se arriesgó mucho, pero había visto salir airosamente de la situación a su colega Derafiel, y debía hacer un esfuerzo o aquel insensato pisotearía sus posibilidades de ascenso, que eran muchas. Derafiel era el único que había ofrecido su colaboración para resolver aquel enojoso asunto. No debía permitirlo.

    Con permiso, señor—indicó Luzdel y disimuladamente señaló hacia arriba. Lucifer le miró, miró hacia arriba y le volvió a mirar con gesto perplejo.
    ¿ÉL?—exclamó, indignado por su intromisión en su mundo.

    ¿Quién, si no?—respondió Luzdel, encogiéndose de hombros.

    ¿Cómo se atreve a interferir en mi mundo? Fue ÉL quien me puso al cargo del Infierno. Fue ÉL quién me dio el poder y no me lo retiró totalmente cuando me lanzó al abismo. ¿Qué clase de burla es ésta?—farfulló Lucifer, completamente confundido.

    En todo caso, señor, el caso deberá llevarse con la máxima discreción, pues como todos sabemos, a pesar de SU paz interior y de SU afable trato, es peligroso contrariarLE. Algún motivo oculto LE habrá llevado a crear ese lugar terrible dentro del Infierno. ¿Quién sabe qué puede ocultar tan retorcida y prodigiosa mente? Otras veces LE hemos visto jugar sin conocer las reglas del juego. La humanidad fue una de sus bromas. Actuar sobre aquellos simios descerebrados… ¿quién lo hubiera previsto? ¿Quién sabe lo que le movió a crear esa criatura infame?—razonó Luzdel, haciéndole ver a Lucifer que no debía fiarse de nada ni en su propio Reino.
    La inteligencia de Lucifer lo captó al instante, pero se calló lo que opinaba.

    Cerca de ellos, en la antesala, siempre atenta a cualquier chisme intercambiable en el mercado de las habladurías, Fedra pulsó el intercomunicador y llamó a su amigo Delmor.

    ¿Delmor? No te creerás ni en un millón de eones lo que he escuchado. ¿Sabes que las almas desintegradas por sus errores... no desaparecen del todo? Parece ser que ÉL también tiene sus influencias en nuestro mundo, querido...—musitó Fedra emocionada, con un hilo de voz.

(continuará)

UNA FUGITIVA UN TANTO ESPECIAL (CAPITULO 17)






Hola, lectores y lectoras. Vamos a por un nuevo capítulo de esta historia... un tanto especial...

Liduvel ha planeado salvar la vida de Teresa a cualquier precio. Podría hacerlo de una forma espectacular, pues los milagros existen, pero eso significaría su perdición. Su inteligencia y su gran memoria la lleva hasta un eminente oncólogo, que no siempre fue un buen médico. De estudiante, fue tan estúpido como para plantear un pacto diabólico, para no tener que esforzarse con los estudios y llegar a ser rico y famoso de todas formas. Ahora, Liduvel le utilizará para sus intereses y a su vez, intentará salvarle también, pues pronto deberá rendir cuentas y pagar su deuda.

Por supuesto, su jugada maestra impresiona gratamente a Daniel. ¿Le saldrá bien su estrategia? Vamos a verlo. Hasta la próxima...




17.
    Liduvel había gestado un plan muy arriesgado, y esperaba sinceramente que Daniel no andara cerca, para que no se viera obligado a mentir en sus informes a Gabriel. Pero debía intervenir en el destino de Teresa, y hacerlo de inmediato.
    No podía confiar en la Seguridad Social y en sus largas listas de espera, ni Teresa tenía el dinero que haría falta para que la tratara un médico privado, por eso debía hacer trampa, y una de las grandes.
    Conocía bien al doctor Álvarez, marcado para su descenso al infierno casi desde su más tierna juventud. Conoció su expediente de casualidad, en las últimas etapas de su trabajo, años atrás en contabilidad humana. Era uno de los pocos que últimamente había vendido su alma a Lucifer de una forma voluntaria. Ya quedaban pocos casos como aquel, restos de un pasado romántico, donde su astuto Jefe dotaba de ciertas ventajas a los incautos que pactaban con él. Álvarez había sido un estudiante penoso, pero deseaba fervientemente ser el mejor de su profesión, ganar dinero a patadas y tener una hermosa mujer (que cambiaba con bastante frecuencia), una mansión increíble y un poder envidiable. Por todo ello, el insensato se hizo con un torpe manual de convocatoria al diablo que encontró en una vetusta librería, realizó el ritual con gran fe, y como a Lucifer le hizo mucha gracia su estupidez, se presentó personalmente ante él. Hacía mucho tiempo que no se lo pasaba tan bien. Firmó aquella cesión con gran alegría, y desde aquel momento no le faltó nada de lo que había deseado.
    Lo que él no sabía es que en breve se le exigiría rendir el alma, antes de cumplir los cuarenta y cinco años, por la vida disipada que había llevado al margen de su brillante carrera de oncólogo.
    Liduvel se juró que antes de cumplir con su parte, aquel ser humano depravado y estúpido, haría una buena obra, por todos los infiernos que la haría, y de buen grado. Sabía de sobra que podía cambiar el destino de aquel mortal, pues como había rebelado al buen Simón, el destino jamás estaba totalmente determinado. El libre albedrío humano podía modificarlo en cualquier momento, para bien o para mal. Y una simple buena obra en una mala vida podía corregir su destino final. Y de paso fastidiaría a Lucifer, que no conseguiría aquella presa fácil. Una jugada maestra que le costaría cara, si podían probar su intervención.
    Se presentó en su consulta y recibió una mirada fría de la enfermera.
    Si no tienes cita, no te atenderá—se cerró ella en banda, al comprobar que el nombre que le facilitó no constaba en su pulcra agenda de piel.
    Me atenderá. Y enseguida. Dígale… por favor, que me envía aquel con el que firmó hace años un pacto que le compromete a cumplir ciertas cláusulas. Él entenderá—remarcó Liduvel, con una mirada intensa, sin ceder ni un milímetro.
    No le daré semejante recado. ¿Es que vienes de parte del Padrino?—se burló la enfermera, con un mohín de desprecio.
    Vengo de parte de alguien mucho más importante. Y usted haría bien en vigilar más su alimentación. El colesterol va a acabar con usted, se lo aseguro—amenazó Liduvel, irritada, mirando en su interior. La enfermera frunció el ceño, ofendida. Fue a coger el teléfono para llamar a la policía, pero el auricular le dio un calambre, como si estuviera cargado de electricidad.
    ¡Ay!—se quejó la enfermera, apartándose del teléfono.
    Sé que no va a ayudarme, pero no me detenga o no será el colesterol el que acabe lenta y dolorosamente con usted—amenazó Liduvel, pasando ante ella. Sus ojos brillaron, rojos como ascuas.
    La enfermera se quedó sentada, aterrada, sin saber qué hacer. Ella entró en el despacho y sorprendió al doctor Álvarez en una actitud bastante comprometida con su otra enfermera, que estaba arrodillada ante él. Liduvel no se escandalizó por ello. Aquel era, con mucho, el menor de sus «pecadillos».
    ¿Qué diablos? No puedes pasar—se sobresaltó el doctor, subiéndose con rapidez la cremallera del pantalón y apartando a la enfermera, que cayó sentada en el suelo.
    Ha empleado una buena palabra: «diablos». Una palabra justa. Hablemos, buen doctor. Hablemos de cierto pacto que firmó hace años, cuando solo era un jovencito estúpido y un nefasto estudiante. Y será mejor que esta entrevista sea a solas—se presentó ella con aplomo, pasando con elegancia y sentándose ante él.
    El doctor palideció. A primera vista sólo podía ver una adolescente delgada, provista de un gran desparpajo, pero por el hecho de ser un fiel aliado del Lado Oscuro, pudo ver más allá, Distinguió dentro de aquella chica a una diablesa llena de poder. Al mirar sus ojos rojizos, supo que la enviaban desde el infierno. No tuvo duda alguna. Despidió fríamente a la enfermera, mientras se secaba el sudor de su frente estrecha.
    ¿Qué quieres de mí?—preguntó, atemorizado. Nunca había recibido una visita desde aquel día glorioso en que firmó el pacto.
    Hacerte un favor, aunque no lo creas. Cuando firmaste no miraste la letra pequeña, como casi todo el mundo. De haberlo hecho, sabrías que tu brillante pacto con Lucifer no te daría más de veinte años de buena vida, fama, gloria y éxito en tu profesión y en tu vida particular. Es muy poco tiempo a cambio de un alma, créeme. Y el tiempo está a punto de cumplirse. No te has cuidado mucho, buen doctor, y los excesos se pagan, tal como tenía previsto Lucifer…—explicó Liduvel despacio, arrastrando cada palabra, para que él la comprendiera.
    Entonces… voy a morir…—temió, derrumbado en su cómodo sillón. De repente, sus veinte años de éxito se convirtieron en polvo.
    Y no solo eso. Por el hecho de haberte aliado al mal, sufrirás terriblemente antes de morir… son las reglas establecidas desde el principio de los tiempos… y después te consumirás lentamente en el infierno por toda la eternidad. Es una lástima. No hay remedio para tu perdición, pues no has hecho nada bueno en tu vida...ninguna buena obra que incline la balanza y te salve en el último momento, cuando se te juzgue…—le informó ella, que había visto cientos de miles de casos como el suyo. Estúpidos mortales que jamás leen la letra pequeña…
    Un momento… un momento. Algo no me cuadra. Creo... distinguir que...me estás... ¿me estás dando pistas? No sé, por un instante creí que venías a exigirme… el cumplimiento del pacto, pero ahora… creo que me estás dando pistas para salvarme… ¿es algo estúpido lo que digo?—farfulló el doctor, viendo una luz al final del túnel donde se sentía sumergido.
    Al contrario. Es lo más inteligente que has pensado en tu vida. Eso es precisamente lo que estoy intentando sugerirte…—aseguró Liduvel, encantada de haberse hecho entender tan rápidamente. Al fin y al cabo el doctor Álvarez no era tan negado. Sólo había querido tomar el camino más rápido y ahora pagaría las consecuencias.
    ¿Pero quien eres tú? ¿Por qué vienes a avisarme? Creí que venías del infierno…—murmuró el doctor, que no entendía aquel punto, quizá el más complicado de la visita.
    Ahora mismo no vengo del infierno, aunque he estado en él. Mi objetivo es salvar a una persona de una muerte segura, buen doctor, y le pagaré sus servicios ayudándole a salvar su alma, incluso puedo conseguirle una prórroga en su vida. No serán muchos años más, porque para eso haría falta un verdadero milagro, pero al menos cuando muera, lo hará en paz, sin sufrimientos, y no irá de cabeza al infierno, por muy indeleble que sea la tinta con la que firmó el pacto. Se lo garantizo…—le informó Liduvel, mirándole fijamente a los ojos.
    Él no tenía ninguna duda sobre su sinceridad. Aquella extraña visita llegaba justo cuando empezaba a sentirse mal, a experimentar ciertos síntomas que negaba empecinadamente, pensando que su pacto también le concedería una larga vida, pletórica de salud… Creyó sin dudar a aquella chica extraña. Secó el sudor de su frente y se inclinó hacia delante, apoyando los brazos en la mesa y cruzando las manos ante él, como siempre que estaba dispuesto a salvar una nueva vida, pero esta vez cobraría algo mejor que el dinero.
    ¿Salvar a una persona? Supongo que sufrirá de cáncer, cuando me has buscado para este fin. Bien. Tráela aquí, ahora mismo. Te recibiré sea la hora que sea, pero dame una señal a cuenta del tratamiento. Una prueba de buena fe—pidió él, con voz temblorosa que intentaba ser firme.
    Liduvel sonrió, con sus ojos brillando de astucia. Claro que sí, una prueba de buena fe.
    Mañana sin falta visitarás a tu colega Llopis, de Barcelona. Que te haga una revisión completa… solo él sabrá diagnosticar tu mal, tratarte y prolongar tu vida. Y no te divorcies de Gabriela… como pensabas hacer en breve, pues será la única que te cuide abnegadamente hasta el final. Ella es la única de tus mujeres que te ha querido de verdad, solamente por lo que eres y no por tu dinero o tu fama—le informó Liduvel, concentrándose en su futuro.
    Él asintió tragando saliva. Llopis era un colega de la universidad, especializado en neurocirugía. ¿De modo que por su privilegiada cabeza le vendría el final? Al bajar la mirada hacia su agenda, movió la cabeza.
    No puedo ir mañana. Si hoy tengo que salvar a esa persona de la que me hablas… y mañana tengo el día completo… tendré que posponerlo para… el jueves…—negó Álvarez, con un hilo de voz.
    Liduvel asintió, complacida.
    Eso está muy bien, bien doctor. Ahora mismo no estabas pensando en el dinero que te darán esos pacientes. Piensas en su bien. Los antepones a tu propia salud. Ya has empezado a salvarte…Puedes esperar hasta el jueves, pero ni un día más—sonrió Liduvel, y Álvarez, repentinamente, se sintió más aliviado, iluminado por aquella brillante sonrisa.
    Teresa no comprendía qué hacían allí, ni como pagarían los servicios de uno de los mejores oncólogos de España y quizá del mundo. Sólo supo que aquel doctor la atendía casi con afecto, mejor de lo que nunca lo habían hecho, y además le daba cierta esperanza de vida, lo cual tampoco había recibido jamás.
    Miró a quien ella pensaba que era su hija mientras esperaba para realizarse una nueva prueba, a pesar de que era una hora intempestiva.
    ¿Cómo has conseguido esta visita, Lea? Cuéntame—le preguntó Teresa.
    Verás, Teresa. Sé de buena fuente que el buen doctor desea hacer buenas obras de vez en cuando para salvar su alma pecadora. Y en este sorteo, tú has resultado ganadora. Me encargué de ello…—le explicó Liduvel, sin mentirle.
    Bendito sea—se alegró Teresa, encantada de ser afortunada en algo.
    Pero tú no debes decirle nada, ni contárselo a nadie ¿entiendes? Porque lo que hace la mano derecha no lo debe saber ni la mano izquierda. Las buenas obras siempre se mantienen en secreto, o casi en secreto, si no… no cuentan…—la avisó Liduvel.
    Claro, claro—aceptó Teresa.
    Bien. Ahora sé que te curarás. Costará mucho tiempo y sufrimiento, pero vivirás muchos más años, hasta que seas una ancianita encantadora y desmemoriada—le prometió Liduvel, convencida de que ya había variado el destino de Teresa.
    Álvarez, al otro lado del panel, escuchaba a aquella diablesa hablarle con cariño a aquella pobre mujer, que cualquiera hubiera desahuciado solo con ver su historial. Se preguntaba qué cataclismo había removido el Infierno para que uno de sus miembros se comportara como ella.
    Daniel estaba impresionado por el giro que había tomado la historia de Teresa, pero también se sentía desesperado, pues no sabía cómo reflejar aquella serie de acontecimientos en su informe. No podía hacerlo sin comprometerla. Sabía que había sido con buena intención, pero eso no justificaba que hubiera variado el destino de Teresa y el del doctor Álvarez, por generoso que fuera su intento.
    Finalmente se armó de valor e informó según lo que dictaba su corazón:
    « Liduvel ha hablado con un eminente doctor en oncología y le pedido el favor de ayudar a su madre. A cambio le ha prometido que esta buena obra contará para salvar su alma pecadora…»—leyó de nuevo lo que había escrito y asintió. De haber estado vivo, estaría sufriendo unas agobiantes palpitaciones.
    Gabriel sonrió cuando leyó el informe de Daniel. El nombre del doctor Álvarez le sonaba mucho y consultó su expediente, muy interesado. Al parecer, Liduvel intentaba hacerle una carambola al destino. De un solo golpe pretendía salvar la vida de Teresa y el alma de Álvarez. Y lo cierto era que, con muy pocos recursos, podía conseguirlo. No le dijo nada a Daniel, que esperaba como poco una reprimenda. Palmeó su espalda y le pidió que siguiera observándola y consignara en su informe cada acción de Liduvel, por insignificante que pareciera. Daniel asintió, sorprendido de su buena suerte.
    Lucifer debía estar muy ocupado con sus cosas, porque no se enteró del caso de Álvarez hasta algún tiempo después. Sin embargo, a su alrededor, los rumores corrían como la pólvora y ángeles de ambos lados estaban atentos a la actuación de Liduvel, incluso habían empezado a cruzar secretas apuestas, pese a que estuviera terminantemente prohibido. 

     
    Gustavo vio que su expresión cambiaba de repente cuando cogió el teléfono. Teresa asintió, extremadamente pálida, colgó y se sentó en el sofá, como aturdida o mareada. Él no era un hombre muy solícito, pero se preocupó al verla así, se levantó y agitó su periódico para darle aire.
    ¿Qué ha pasado? ¿Alguna mala noticia?—le preguntó, abanicándola.
    El doctor Álvarez había movido hilos y pedido favores personales a los colegas para que la operaran de inmediato, ahora que ya tenía todas las pruebas que necesitaba. Ella no creyó que la avisarían tan pronto.
    No, nada malo. Del Hospital Santa Elena. Me ingresan esta misma tarde... van a operarme mañana sin falta...—le informó Teresa, con un hilo de voz. Liduvel le pedía discreción sobre aquel tratamiento, por eso debía disimular incluso ante Gustavo.
    Pero te dijeron... que no tenía operación. ¿Por qué ahora...han cambiado de opinión y…y…tan rápido?—se extrañó él.
    Me... trata... otro doctor... y ha conseguido un hueco... No me lo puedo creer—respondió ella, sintiendo que el corazón se le salía por la boca. Tendría una oportunidad, tal como le había dicho la persona que ella creía su hija.
    Para entonces, Liduvel ya estaba en la puerta del salón, satisfecha del rápido resultado de su encuentro con el buen doctor.
    ¡Fantástico!—se alegró LiduvelTe ayudaré a preparar las cosas, Teresa, antes de que se arrepientan—bromeó de buen humor.
    Pero... tengo miedo.... tan de repente, sin hacerme la idea... y una operación es una operación. ¿Y qué será de mis trabajos? Si falto, enseguida me sustituirán por una chica rumana, para pagarle menos aún que a mí...—se quejó Teresa, sudando copiosamente. Se le echaron encima miles de interrogantes en un instante. Ni siquiera había pensado en ello, pues no tenía esperanzas hasta ese mismo momento. Estaba realmente asustada, por eso Liduvel debía improvisar rápido.
    Yo limpiaré tus escaleras. Me levantaré antes y limpiaré un par de escaleras antes de ir al instituto, y las demás por la noche, después de mi trabajo de mensajera y de acompañarte un rato en el hospital. Mientras estoy allí contigo puedo aprovechar para estudiar un poco. Puedo hacerlo todo, si eso te ayuda. Solo serán unas semanas. Puedo con eso y con mucho más—resolvió Liduvel en un instante.
    Puedo llamar a Jacobo y decirle que me pido permiso por hospitalización. Nunca en mi vida he pedido un permiso. Me lo darán seguro. La chica y yo nos turnaremos para estar contigo...—se ofreció Gustavo, pensando deprisa, y sin que Liduvel le hubiera amenazado previamente, lo que la sorprendió gratamente.
    Teresa miró a ambos. Tenía mucho miedo a la operación, pero también temía morir y abandonarles a su suerte. Por primera vez en mucho tiempo veía una luz de esperanza respecto a su oscuro destino. Había visto otros milagros, como el cambio de Lea o el de Gustavo. Este último quizá fuera un poco menos llamativo, pero Gustavo era más atento que nunca con ella y la llevaba de paseo, a tomar algo o al cine de vez en cuando. Un día incluso le había obsequiado un broche para su abrigo, y le dijo que así parecía más elegante, hasta que pudiera comprarse un abrigo nuevo. Todo parecía ahora un milagro continuo.
    Está bien... si todo está tan claro... ¿a qué esperamos?—se animó Teresa, encogiéndose de hombros. Gustavo la abrazó y Liduvel acudió también para abrazarla.
    Teresa tuvo la sensación por primera vez en mucho tiempo de tener una familia de verdad, y ahora más que nunca tenía que vivir para disfrutarla.

    (continuará)